Castil de Carrias

Castil de Carrias

4 abril, 2019 1 Por Juan Carlos

Recuerdo que siendo muy joven, cuando escuchaba a alguien hablar de pueblos fantasma, a mi mente se venía la imagen de un pueblo en su estado original, al uso, con sus calles y sus casas, pero vacío, sin gente, lo que por aquellos entonces ya me infundaba un deseo irrefrenable de poder visitarlos. La realidad suele ser bien diferente ya que la mayoría de los despoblados presentan una estampa decadente, en la que solo permanecen en pie unas pocas construcciones agonizantes, que suelen estar en estado de ruina total, donde tan sólo es posible acceder a una mínima parte de ellas en las que poder encontrar algo interesante. Y eso en el mejor de los casos.

 

Castil de Carrias es la excepción que rompe la regla. Es ese pueblo que se aproxima más a lo que imaginaba de pequeño, con sus calles y sus casas todavía en pie, vacías, sin gente, como si de repente sus habitantes hubiesen decidido marcharse de allí, por algún motivo desconocido, dejando incluso en muchas de ellas enseres y muebles. Es, sin duda, uno de los despoblados  -o pueblo fantasma si lo prefiere el lector- más impresionantes que he visitado.

EL PUEBLO

 

Castil de Carrias, conocido popularmente como Castrillo, es un despoblado situado en la comarca burgalesa de Montes de Oca, perteneciente al ayuntamiento de Belorado. Dista 17 kilómetros de Briviesca y está muy próximo al pueblo de Carrias del que toma parte de su nombre. Dicha toponimia sugiere la idea de la existencia de algún tipo de castro o castillo en la zona en algún momento de la historia (Castil de Carrias – Castillo de Carrias), aunque no se han llegado a encontrar evidencias que lo confirmen. El pueblo se encuentra en el centro de una vasta extensión de terreno formada por pequeños valles y tierras de labranza, enclavado en lo alto de un promontorio que finaliza en una depresión del terreno que ha sido horadada por el arroyo de Valparaba y que lo aísla un poco más, si cabe, del mundanal ruido.

El pueblo vivió su momento álgido a mediados del siglo XIX cuando en el año 1860 contaba con 246 habitantes, que poco a poco y con el paso de los años se fueron desvaneciendo hasta quedar tan solo 1 en el año 1975.

En abril de 1983, el periodista burgalés Arsenio Escobar publicó en el diario El País una entrevista al último habitante de Castil de Carrias. Posteriormente, revistas como Pronto, El Caso, Blanco y Negro y hasta el programa radiofónico Encarna de Noche siguieron la estela de este periodista divulgando la solitaria vida de Florentino González, quien llevó una vida plácida y tranquila en aquel solitario paraje, consiguiendo situar al pueblo como la localidad menos poblada de España durante los 19 largos años en los que permaneció allí hasta su fallecimiento.

HISTORIA

 

A comienzos del siglo XII  se inicia el asentamiento en la zona donde se encuentra el pueblo. Su evolución y crecimiento fue lenta, pero en el siglo XVII la aldea quedó incluida dentro del condado de Murillo, cuyo conde creó jurisdicción nombrando un Alcalde Mayor. A mediados del siglo XIX se constituyó el municipio formando parte del Partido de Burgos. Por aquellas, el Censo de la Matrícula Catastral contaba 37 casas y 150 vecinos.

Así aparece el pueblo retratado en el Diccionario Geográfico Estadístico Histórico de Pascual Madoz:

 

<<Villa conocida vulgarmente por Castrillo, con ayuntamiento y diócesis de Burgos. Extensión 7 leguas, partido judicial de Belorado. Situado en un cerro rodeado de vallecillos, excepto en su parte sur; Clima frío y expuesto a enfermedades del pecho. Tiene 42 casas (construcciones en total)  con la municipal; escuela de niños a la que acuden 22 y la Parroquia de Santa María servida por un cura y un sacristán. La iglesia es propiedad del estado; hay dentro de la villa una ermita con la advocación de Nuestra Señora del Valle. Confina el término al norte con Carrias, este con Quintana Loranco, sur Belorado y oeste con Villanasur y el río de Oca. Dentro de esta circunferencia y a tiro de fusil de la villa, nace una fuente cuyas aguas son salitrosas dando origen al río Peceszorio, llamado así por sus peces de color de oro; en la misma se levanta un montecillo poblado de robles. El terreno es muy estéril por causa de los fríos. El correo se recibe por Briviesca, donde acuden los vecinos a recoger las cartas. Produce trigo, avena, cebada y yeros; cría carneros churros de 70 libras y caza de codorniz. Población 37 vecinos (hogares) y 150 almas.>>

El pueblo llegó a contar con cerca de 50 casas, muchas de ellas de buena construcción, levantadas con sillares de bonita piedra blanca de yeso. Entre las construcciones más importantes destacan su iglesia, dedicada a Santa María y construida en una sola nave de estilo goticista, con muros consistentes, buen tamaño y altura, sacristía y coro y con su torre separada del resto del conjunto (esta peculiaridad también se puede observar en el despoblado de Villacreces).

El solado de la iglesia albergó el antiguo cementerio, de ahí que se presente lleno de tumbas, situándose este más tarde en el exterior de la iglesia adosado a su pared norte. La entrada estaba resguardada por un pórtico del que hoy solo se conserva una pared con arcos de medio punto.

El edificio del ayuntamiento es un edificio de dos plantas en el que quedaba instalada la escuela en su planta inferior y el ayuntamiento en la superior. También existía una pequeña ermita dedicada a Nuestra Señora del Valle, hoy casi inapreciable debido a su estado de ruina total.

El cura que oficiaba misa en Castil llegaba desde Bañuelos y lo hacía cada dos domingos. Desde Bañuelos llegaba también el correo y la asistencia médica había que ir a buscarla a Briviesca. Hasta Castrillo se acercaban de forma ambulante varios vendedores para hacer llegar al pueblo pan, pescado, leña y otro tipo de víveres, ya que allí no había comercio donde poder conseguirlos.

Servicios tan básicos como la carretera de acceso o la luz llegaron al pueblo en los años 50. El agua lo hizo muchísimo más tarde, hasta el punto de que cuando se canalizó la fuente, prácticamente ya no era necesaria. De esta forma los castrillanos tenían que ir a buscar agua a dos fuentes cercanas cuyo agua, que no era potable, solo servía para dar de beber al ganado y poco más, el resto, tenían que recogerlo de la lluvia a través de canalizaciones que depositaban el agua en tinajeros o ir a por agua potable hasta alguno de los pueblos cercanos.

FLORENTINO GONZALEZ

Tan solo 100 años separan el momento de máximo esplendor de Castil de Carrias de su total decadencia cuando, en el año 1975, Florentino González Sáez se quedó sólo en el pueblo como único habitante. Un tiempo relativamente corto en la vida de un pueblo pero  suficiente como para pasar del bullicio natural de un pueblo cuando los niños iban a la escuela y correteaban por sus calles, los hombres y mujeres del pueblo se empleaban en las tareas cotidianas y el ir y venir de aquellos que llegaban hasta Castrillo con productos que de otra forma sería imposible adquirir, a las calles vacías, a convivir con las alimañas y con las rapaces que sobrevuelan el entorno en busca de alimento, al total y absoluto silencio roto solamente por el viento que sacude y penetra por sus callejuelas, acariciando el contorno de sus desvencijadas casas como esa mano que se entrelaza con el cabello, haciendo que se  golpeteen las ventanas y las puertas que ya no se cierran, pues nada tienen ya que proteger.

Florentino contaba 48 primaveras cuando decidió quedarse como único vecino en el pueblo que le vio nacer, a pesar de las propuestas de familiares y amigos para que se fuese a vivir a Burgos o Belorado. Una galga llamada Culebra, un gallo y cuatro gallinas ponedoras completan esta micro-comunidad de la soledad en Castil. Uno de los últimos vecinos en abandonar el pueblo le regaló a Florentino un pequeño transistor con el que poder entretenerse.

Florentino pasó los primeros años de soledad en su casa natal instalándose más tarde en la casa donde en otro tiempo estaba instalada la taberna, ya que esta era de mejor porte que la suya y era la única además que tenía instalado el teléfono. En su época, la taberna era alquilada por el ayuntamiento a la familia que quisiera hacerse cargo de ella. La taberna se situada en una de las estancias de la planta baja de la casa, quedando como vivienda la planta superior.

La luz y la carretera asfaltada no llegaron a Castil hasta los años cincuenta, no obstante, una de las principales razones por las que la gente decidió marcharse de aquí, fue la falta de agua potable. Curiosamente, se construyó una fuente de agua potable canalizada desde Villafranca Montes de Oca hasta la plaza del pueblo cuando el último vecino que abandonó el pueblo tomaba carretera y manta. Esta fuente quedó inservible “Yo cojo el agua del cielo, cuando llueve” resuelve Florentino, y aquí me tiene, sano como una manzana…

Florentino falleció en el año 1994 poniendo punto y final a la vida en Castil de Carrias. Unos cazadores cuya afición solían desempeñar por la zona, entraron en la antigua taberna para saludar a Florentino y lo encontraron muerto cuando el puchero donde había preparado la comida aún estaba caliente.

CASTRILLO EN LA ACTUALIDAD

Actualmente el pueblo solamente es frecuentado por cazadores de temporada y por los agricultores que tienen allí sus tierras de labranza. Algunos de ellos incluso conservan todavía en el pueblo naves y cocheras donde guardan sus aperos.

El último sábado de agosto y desde el año 2000 se celebra en Castil una fiesta de reencuentro a la que acuden antiguos vecinos y familiares, rindiendo homenaje al pueblo que los vió nacer, en una jornada emotiva especialmente para aquellos que tuvieron que abandonar el pueblo de sus raíces. Allí se instala una carpa donde se oficia una misa, se hace una comida con baile y se organizan juegos autóctonos, poniendo punto y final  al evento con una gran chocolatada.

Al llegar, lo primero que encontramos a mano izquierda son unas naves de uso agrícola seguidas de una casa solariega grande y en aparente buen estado. Es la vieja taberna y la casa donde vivió Florentino, el último habitante de Castil de Carrias. Una explanada con restos de muros de piedra da paso a una plaza donde convergen varias calles. Allí se encuentra la Iglesia de Santa María, el edificio que hacía de escuela y ayuntamiento y un depósito de agua de uso exclusivamente agrícola al que acompañan unos pilones de piedra.

Desde allí podemos tomar cualquiera de sus callejuelas y pasear por ella dejandonos intimidar por el silencio y por la tenebrosa estampa de sus moribundas casas, desde las cuales, uno parece sentirse vigilado.

Algunas de estas viviendas conservan todavía en su interior parte del mobiliario, enseres, viejas herramientas y otros utensilios que yacen esparcidos por el suelo por la acción de los vándalos, que no se conforman con entrar a llevarse todo aquello que puedan afanar sino que además encuentran una diversión especial rompiendo y tirando todo cuanto se cruza en su camino.

Visitar Castil es todo un lujo para los amantes de los pueblos deshabitados. Su imagen es sin duda el mejor reflejo de los 330 despoblados que hay hoy en día en Castilla y León y la radiografía perfecta del futuro que depara a otros 312 pueblos que ya tienen menos de 60 habitantes en la comunidad.

Su vida se apaga y sus restos se van consumiendo con el paso del tiempo, sin duda el mejor aliado de la naturaleza que poco a poco los engulle reclamando el espacio que siempre fue suyo. En nosotros queda que su historia permanezca en el recuerdo.