El niño que recordaba su anterior vida, Eduardo Cabrero fue Pancho Seco…
Eduardo Cabrero era un niño que vivía en un suburbio de La Habana (Cuba) junto a sus padres. Con tan sólo tres años, el pequeño empezó a contar cuentos acerca de sus dos hermanos a los que llamaba Mercedes y Juan y sobre su hermosa madre de piel blanca y pelo negro. Los padres y los amigos de la familia se reían y veían a Eduardo como un niño con gran imaginación. “Son sus amigos imaginarios” decían, “ya se le pasará”.
Pero lo cierto es que, según iba creciendo, el pequeño Eduardo seguía contando anécdotas cada vez más detalladas y casi inimaginables en un niño de su edad:
“Eduardo nos hablaba de cómo su mamá se dedicaba a fabricar sombreros y como esta, a veces, mandaba al niño a realizar recados a las tiendas cercanas, y en particular a la de un comerciante cuya mercancía era más barata que la del resto. Yo prefería que me mandase a las que estaban más lejos, así podía ir en bicicleta”
Un día, un doctor, amigo de sus padres, estaba en casa de visita y al escuchar las historias de Eduardo quedó picado de curiosidad. Las relaciones que el menor hacía eran tan coherentes y de tal consistencia, que el doctor decidió hacer un pequeño interrogatorio al niño. Sentado sobre las rodillas del Doctor, Eduardo relató el día en que murió. Él se había puesto muy malo y veía a su madre llorando a raudales. Una ambulancia le recogió para llevarle al hospital y recuerda como la luz se filtraba por los cristales de esta. Su visión se fue nublando poco a poco, “me sentía muy cansado, pero no tenía miedo” relataba el niño, cuando quise llegar al hospital, ya había muerto.
El espectacular testimonio del niño no podía ser fruto de su imaginación y dejó perplejos a todos los presentes. El médico, sin saber muy bien qué decir, se le ocurrió preguntar por su nombre. Pancho Seco, respondió el niño, vivía en la calle del Campanario, en Nuevitas.
Tras estos acontecimientos, el doctor y la familia decidieron buscar un fin de semana para desplazarse a esta pequeña población y comprobar “in situ” si toda esta historia tenía algún tipo de sentido. En las fechas señaladas, el grupo se presentó en Nuevitas y al llegar a la calle del Campanario Eduardo pegó un respingo ¡Ahí está! esa es la tienda a la que yo venía para los recados de mi madre. Al acercarse a una casa el pequeño Eduardo se soltó de la mano de sus padres y salió corriendo. ¡Es aquí, esta es mi casa! era el número 69 de dicha calle. Su padre llamó a la puerta insistentemente pero no había nadie.
La familia, confusa, regresó a La Habana y decidió ponerse en contacto con la Asociación Local de Investigaciones Psíquicas (ALIP). Pocos días después los miembros de esta asociación consiguieron ponerse en contacto con la señora que vivía en la calle 69 de la calle del Campanario en NUevitas confirmando, para asombro de los interlocutores, que era la señora Seco y que su hijo Pancho había fallecido cuatro años antes.
El equipo de la ALIP decidió llevar a cabo un experimento. Recabaron toda la información posible sobre la vida de Pancho Seco de boca de los recuerdos de Eduardo, el nombre de sus padres Pedro y Amparo y de sus dos hermanos Mercedes y Juan, así como el de sus amistades y circunstancias características del lugar donde vivía en Nuevitas, como que tras su casa pasaban la vías del ferrocarril y como a su perro Tolo lo arrolló un tren, que su padre Pedro trabajaba en la oficina de Correos y solía ir al trabajo en una bicicleta azul, mencionando también lugares de la zona donde solía ir con sus padres de excursión. Así hasta un total de 53 relaciones de la vida de Pancho Seco aportadas por los recuerdos de Eduardo.
En un segundo viaje, el equipo de investigadores junto a Eduardo y sus padres se desplazaron hasta Nuevitas. Primeramente los miembros de la ALIP se reunieron con Amparo Seco quien confirmó perpleja, una por una, todas las relaciones que había realizado Eduardo sobre su hijo Pancho y que solo este podía conocer. Posteriormente, los investigadores persuadieron a la señora Seco para que se mezclase entre la multitud de la calle por la que pasearon al pequeño Eduardo. En un momento dado el pequeño gritó con gran excitación ¡Allí está mi otra madre!¡Allí, cerca del escaparate! La madre de Eduardo rompió a llorar mientras la señora seco huyó rápidamente incapaz de soportar tan extraña experiencia.
Hay que decir que durante el experimento el pequeño Eduardo consiguió reconocer a parientes y amigos dirigiéndose a ellos de la misma forma que lo hacía Pancho. Nadie ha sabido dar respuesta a el fenómeno que vive Eduardo en su día a día, pero con el paso de los años, los recuerdos de su otra vida afloran en su mente como un libro abierto, recuerdos que ya no comparte con su familia para evitar pasar malos ratos. Una experiencia perturbadora para Eduardo que no deja de recordar con angustia, el día que se vio morir…
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CategoríaRelatos de lo Insólito