VILLACRECES, COMO ES ARRIBA, ES ABAJO

VILLACRECES, COMO ES ARRIBA, ES ABAJO

20 febrero, 2016 3 Por Juan Carlos

“Como es arriba, es abajo” es un principio hermético dictado por el místico Hermes Trismegisto que le viene como anillo al dedo al deshabitado pueblo de Villacreces, y en breve veremos por qué.

Villacreces es un pueblo fantasma de la provincia de Valladolid, ubicado en un rincón de la Tierra de Campos, dentro del término municipal de Santervás de Campos y lindando frontera con las provincias de León y Palencia. El dicho «Ancha es Castilla» da fe en este lugar donde las tierras de labranza abrazan al abandonado pueblo de Villacreces, extendiéndose en decenas de kilómetros a la redonda.

Para llegar a este despoblado hay que adentrarse en el pequeño pueblo de Pozuelos del Rey y desde ahí, coger la estrecha carretera aún asfaltada VP-4016 que pasa sobre las vías del tren a través de un puente. Una vez hayamos tomado esta carretera no hay perdida, pues esta muere a la entrada del pueblo. Una vía muerta que conduce a un lugar sin vida, como la arteria principal de un ser humano por la que ya no fluye la sangre.

A principios de la década de los ochenta (1981) se marcha la última familia que habitaba el pueblo contando por entonces 30 casas, dejándolo en soledad, a merced del tiempo y de las inclemencias climatológicas, donde la naturaleza, poco a poco, va reclamando lo que un día fue suyo.

Durante la edad media el pueblo perteneció al monasterio de Sahagún pasando en el siglo XV a pertenecer a la Casa de Enríquez. En el año 1828, Sebastián de Miñano y Bedoy le otorgó el nombre de Villacruces y en su máximo esplendor, el pueblo llegó a contar 160 habitantes, 50 casas, más de 50 bodegas de vino, una escuela de instrucción primaria, una iglesia parroquial (Santos Emeterio y Celedonio) y un pequeño hospital, pero su situación aislada en medio de una de las comarcas más despobladas, su mala comunicación y la falta de garantía laboral fueron dejando al viejo pueblo de Villacreces abandonado en este rincón del extremo norte de la provincia vallisoletana.

El tiempo no ha pasado en vano en este pueblo que lo ha dejado sumido en la ruina. Aquí reina el silencio roto solamente por el viento que atraviesa los ventanales de las pocas paredes de adobe que aún se mantienen en pie y por los múltiples vehículos agrícolas que hoy utilizan sus calles como caminos de paso. El espectáculo es desolador a la par de bello, evocador. Un sentimiento de nostalgia golpea mi pecho al recorrer sus calles hoy vacías. Ya no es lo que fue. Ya no será lo que ha sido. Atrás quedaron las vidas de quienes construyeron el pueblo, de quienes aquí nacieron y murieron, de los niños que correteaban por sus callejuelas o de aquellas familias que se agrupaban al calor de una lumbre en las frías noches de invierno.

Lo más destacable en la actualidad es la torre del campanario de la iglesia de estilo mudéjar del siglo XVI, construida por los hermanos García Muñoz y Juan Muñoz. El resto de la iglesia sufrió graves daños en el transcurso de la Guerra Civil Española, teniendo que ser reparada gracias a las aportaciones de los vecinos. Más tarde, en el año 1989, parte de la iglesia fue desmantelada ladrillo a ladrillo para restaurar la iglesia de Arenillas de Valderaduey.

En el recorrido por lo que queda del pueblo pueden verse numerosos restos de viviendas con paredes de adobe que oponen poca resistencia al paso de los años y cuya desaparición es inminente.

También pueden verse los restos de algunos palomares a las afueras del pueblo cuya imagen, con los campos labrados hasta donde alcanza la vista, es la mejor representación de la Castilla Profunda, un grito de añoranza o como diría el bueno de Jesús Torrellas, pura poesía.

La imagen más triste y más dantesca nos la ofrece el lastimado cementerio, cuyos muros derribados ofrecen nulo cobijo a las pocas tumbas que alberga y que, como no, han sido profanadas, donde son visibles en su interior los restos óseos de los antepasados Villacreceños y cuyas lápidas, partidas en trozos yacen esparcidas por los alrededores.

Pero sin duda lo más sorprendente de Villacreces es lo que no se ve, o mejor dicho, se ve, pero su acceso se hace difícil y peligroso. Hablo nada menos que de sus bodegas. Una auténtica ciudad subterránea que agoniza y se derrumba al mismo ritmo que lo hace el pueblo en la superficie. “Como es arriba, es abajo”. Los alrededores del cementerio están plagados de auténticos cráteres en la tierra. Más de un centenar de impresionantes socavones abiertos en el suelo de entre 10 y 15 metros de profundidad y algunos de hasta 3 metros de diámetro conectan este entramado subterráneo con la superficie. Son partes de las bodegas que se han derrumbado, dejando en el suelo una peligrosa trampa para los mas incautos. Caer por uno de estos agujeros puede suponer la muerte instantánea o una trampa mortal sin salida, por lo que recomiendo a todos aquellos osados que quieran visitar este lugar, que lo hagan extremando las precauciones y a ser posible en compañía.

Sobre esta imagen extraída de Google Earth se distingue perfectamente los alrededores del cementerio agujereados como si de un queso de gruyere se tratase:

En una de mis visitas al pueblo conseguí localizar un acceso a una parte de las bodegas. El interior es asombroso. Un laberinto subterráneo de galerías que conectan con decenas de salas. En algunas de estas salas aún permanecen algunos de los barriles de madera utilizados para reposar el vino y allí permanecerán hasta que sean sepultados por el hundimiento total de las bodegas.

En una de las estancias encontré grabada en una pared una extraña cruz tallada con un triángulo en su base, que bien podría representar la cruz de los arcángeles o una cruz potenzada de Golgotha, es decir la cruz clavada sobre el calvario, la montaña donde Jesús fue crucificado. Pudiera ser que esta pequeña estancia ejerciera de capilla donde poder recitar plegarias en pos de buenas cosechas.

Desde el interior de esta pequeña capilla pude acceder a una galería que conducía a varias estancias. En una de ellas, bajo mis pies retumbaba el suelo pues, en un segundo subsuelo había un aljibe para el agua. En un rincón de la estancia yacían algunos útiles ya oxidados.

Pero lo más impresionante de las bodegas, sin duda, fue llegar a una sala donde se conserva una  prensa para la uva. Una impresionante estructura de adobe y madera sobre la que se había construido un hueco que conectaba con la superficie y desde el cual se descargaba directamente la uva a la prensa. Bajo la estancia otro aljibe recogía que zumo de la uva que posteriormente sería tratado.

Vestigios de un pasado laborioso y de dedicación. Casualmente a día de hoy, en pleno corazón de la Ribera del Duero, muy cerca de Peñafiel, encontramos una bodega de vino llamada Villacreces, donde uno de sus vinos acaba de ser reconocido como mejor vino del mundo por Robert Parker. Curioso es también que dicha bodega tenga en su interior una estancia dedicada a una capilla como las bodegas abandonadas de este pueblo.

Interior de la capilla de la finca Villacreces. (Foto www.villacreces.com)

Un último vistazo a mi alrededor sirvió para poner fin a mi incursión a las ruinosas y agonizantes bodegas. Gran parte de su contenido ha quedado sepultado bajo la tierra y el resto, espera pacientemente el mismo fin. Mi próximo destino era la torre del campanario y los restos de la iglesia, donde sin saberlo, aun me aguardaba una inquietante y macabra sorpresa.

Aprovechando que tenía el vehículo aparcado junto a la torre, decidí hacer un rastreo por las ruinas de la iglesia e inspeccionar el interior de la torre. La iglesia está totalmente derruida y solamente permanecen en pié la pared este y parte de la entrada. El interior es una montaña de escombros tapados por una alfombra de maleza.

La torre ha quedado separada del resto de la iglesia y en su interior aún se conserva parte de la estructura de madera cuyas escaleras conducen a la parte superior, aunque viendo su estado, pretender ascender a lo alto es jugarse el tipo.

Al salir del campanario con intención de coger mi vehículo para abandonar el lugar algo me llamó poderosamente la atención. Frente al campanario discurre un pequeño camino habilitado sobre lo que anteriormente formaba parte de la iglesia. Enterrado en la tierra, astillado y machacado por el paso de vehículos me llamó la atención un trozo de madera blanquecina. Al desenterrarlo pude comprobar lo que  sospechaba. No era madera si no restos óseos humanos. ¿Qué hacía eso ahí? Lo lógico es que estos restos estuvieran en el cementerio pero más tarde pensé que podría tratarse de alguna persona acaudalada de la época enterrada en el interior de la iglesia. De hecho, parte de este camino está plagado de trozos machacados de restos óseos y el hecho de que las personas nobles o terratenientes se enterrasen en el interior de las iglesias era algo bastante común.

Pero lo más inquietante estaba aún por llegar. Observando minuciosamente aquel lugar plagado de trozos astillados de huesos humanos, de repente me encontré con algo que me sobresaltó. Un casquillo de bala del calibre 22 R, un tipo de bala utilizada para rifle. ¿Cazadores? pensé, pero no muy lejos encontré otro del calibre 22 C, un tipo de munición para pistola. Entonces recordé los hechos sucedidos durante la  Guerra Civil donde la iglesia quedó bastante dañada. ¿Serán estos casquillos vestigios de aquellos hechos?

Puede ser pero el hallazgo de un tercer casquillo terminó desconcertándome por completo. En esta ocasión se trataba de un casquillo del calibre 9mm parabellum, una munición muy común utilizada también en la Guerra Civil Española. Pero este casquillo tenía algo peculiar. En la base del casquillo se encontraban grabadas las siglas ( G.F.L 97 ). Son las siglas del fabricante Giulio Fiocchi Lecco, fabricado en Italia y el número es el año de fabricación, en este caso 1997, lo que significa que este casquillo no pudo ser utilizado en la Guerra Civil. Entonces. ¿Que hacia un casquillo de bala de 9mm fabricado en el año 1997 junto a un montón de huesos humanos esparcidos junto a la torre del campanario?

Desde luego el hallazgo es inquietante y aunque yo no tengo respuesta para ello,  hizo que mi visita a este lugar resultase intrigante y emocionante. Sin duda Villacreces es un lugar especial. No es un pueblo abandonado más, sino un lugar lleno de vestigios que tiene mucho que contarnos de su pasado y al que pronto regresaré, en busca de todo aquello que quiera mostrarme.

Texto y fotos: Juan Carlos Pasalodos Pérez