La Virgen y el Demonio se aparecieron en Lourdes…

La Virgen y el Demonio se aparecieron en Lourdes…

15 abril, 2018 0 Por Juan Carlos

«…En la época de las apariciones yo residía en Lourdes, empleado en la administración de contribuciones indirectas. Las primeras noticias llegadas de la gruta me dejaron completamente indiferente: las tenía por chismes y desdeñaba ocuparme de ellas. Sin embargo, la emoción popular iba creciendo de día en día y, por así decirlo, de hora en hora; los habitantes de Lourdes, sobre todo las mujeres, se dirigían en masa a las rocas de Massabieille, y contaban seguidamente sus impresiones con un entusiasmo delirante. La fe ingenua de la exaltación de estas buenas gentes no me inspiraban más que lástima, me divertía con ello, las ridiculizaba; y sin estudio, sin examen, sin la menor averiguación, continué haciéndolo así hasta el día de la séptima aparición. Aquel día, ¡Oh, recuerdo inolvidable de mi vida! la virgen Inmaculada, por medios ocultos, donde reconozco hoy las atenciones de su ternura inefable, me atrajo hasta ella, me tomó de la mano y, como Madre celosísima que pone en camino a su hijo extraviado, me condujo a la gruta…»


Así comienza el testimonio de Jean-Baptiste Estrade, un habitante de Lourdes que fue testigo directo de los extraordinarios acontecimientos que se dieron en la ciudad en el año 1858. Tal y como comenta, él era una persona escéptica respecto a las visiones que una jovencita, llamada Bernardeta Soubirous, estaba teniendo en la Gruta de Massabieille, hasta el punto de reírse de quienes se estaban dejando llevar por aquel fenómeno. Ni siquiera conocía a la protagonista de los hechos. Pero todo cambió a partir de la séptima aparición. Jean-Baptiste, instigado por su hermana, que todos los días le contaba con gran excitación todo lo que estaba sucediendo -ante la total indiferencia de este- se decidió a acudir a la gruta junto a su hermana y un grupo de mujeres en la mañana del 23 de Febrero de 1858. Aquel día, su vida cambió para siempre y acabó convirtiéndose en un fervoroso defensor de la veracidad de las apariciones. Estrade no solo fue testigo directo de los acontecimientos, de alguna forma, se ganó la confianza de la joven Bernardeta y de sus labios recogió gran parte de los testimonios que la muchacha tenía a bien contarle una y otra vez, pero es que, además, quizá por la confianza que Bernardeta depositó en el, o por la objetividad con la que este trataba el asunto, terminó siendo testigo presencial de los innumerables testimonios a los que se sometió a la joven ante diferentes autoridades, y de alguna forma, formando parte de la investigación sobre los hechos. Es por ello, que este artículo se apoya en el libro que Jean-Baptiste Estrade escribió en el año 1899 «Las Apariciones de Lourdes; recuerdos íntimos de un testigo» donde recoge todo lo sucedido con datos, cartas, testimonios y vivencias personales.

LA CIUDAD DE LOURDES

Lourdes es una ciudad situada en las llanuras de Bigorre, dentro de la región Mediodía-Pirineos, bañada por las aguas del río Gave de Pau. Durante la Edad Media fue una ciudad fortificada, cuya situación geográfica la convirtió en una plaza fuerte del condado de Bigorre, siendo la construcción más emblemática su castillo construido en el siglo XIV y reedificado posteriormente en el siglo XVI.

Cuenta la leyenda que tras la derrota en Roncesvalles, Carlomagno regresó a Francia y sitió la ciudad de Lourdes, que entonces se encontraba ocupada por los musulmanes al mando de Mirat. Un día, mientras las tropas de Carlomagno permanecían frente a los muros, apareció en el cielo un águila gigante que portaba en su pico una trucha enorme que dejó caer en el interior de la fortaleza. Entonces, Mirat ordenó enviar aquella trucha  a Carlomagno junto con un mensaje, que le aseguraba que no la necesitaban, pues tenían víveres suficientes para resistir al asedio el tiempo que fuera necesario. Aquel gesto minó la moral de Carlomagno que decidió, un poco a la desesperada, enviar a su obispo Turpin a entrevistarse con Mirat. No se sabe de qué hablaron, pero se dice que tras la reunión, el musulmán se convirtió al cristianismo siendo además bautizado un tiempo después. Esta leyenda queda recogida en el escudo de armas de la ciudad de Lourdes.

LA FAMILIA SOUBIROUS

La familia Soubirous nace en el año 1843 de la unión de Francisco Soubirous y Luisa Castérot. La muerte del padre de Luisa, hizo que éstos heredarán un montante económico importante y la regencia en alquiler del conocido como «Molino de Boly». La atención que Francisco prestaba al molino, no era suficiente para que la productividad de harina tuviese la calidad necesaria ni el volumen necesario para atender a la demanda, lo que provocó la pérdida de clientes y que poco a poco, los ingresos cada vez fueran menores. En un tiempo relativamente corto, la familia Soubirous se había aumentado en seis hijos, algo que contrastaba directamente con los recursos económicos de la familia, pues en 1854 ya habían agotado los ahorros heredados del viejo Castérot, y los ingresos eran insuficientes para mantener el molino, lo que les hizo caer peldaño a peldaño hasta el bajo fondo de la miseria.

Expulsados del Molino de Boly por no poder pagar las rentas, terminaron alojándose en una habitación que les cedió sin renta alguna un pariente de Luisa, Andrés Sajous, ya que este la tenía cerrada y sin uso. La pequeña estancia estaba situada en la calle Petits-Fossés y es conocida como Le Cachot (el calabozo), ya que esta habitación formaba parte de la antigua cárcel preventiva de Lourdes.

Le Cachot en su estado original y actualmente.

BERNARDETA SOUBIROUS

Bernardeta Soubirous era la mayor de los seis hermanos. Nació el 07 de enero de 1844 cuando el feliz matrimonio, disfrutaba de una vida más o menos tranquila gracias a la herencia del padre de Luisa. No obstante, la pequeña Bernardeta nació débil y raquítica y en los primeros año de vida, su salud no cesó en dar trompicones. De hecho, esta sería la vida que esperaba a la pequeña hasta el día de su muerte. La pequeña nació con un asma tenaz que no se había de curar nunca. Los ataques de tos oprimían su pecho hasta el punto de que en ocasiones, caía en desmayos prolongados. Su estado de salud y la penosa situación familiar, hicieron que Bernardeta viviese lejos del entorno familiar en varias ocasiones. Una al poco de nacer, cuando Luisa quedó embarazada de su segundo hijo y una mujer de Bartrès, llamada María Aravant, adoptó a la niña como madre de leche. Otra en el duro invierno de 1855, cuando su tía Bernarda la acogió para que pasase los meses invernales con ella, evitando que la enfermedad hiciese mella en la niña, en un invierno especialmente duro. Al año siguiente (1856) María Aravant, la que ejerció de madre de leche,  necesitaba una pastorcilla que cuidase de su pequeño rebaño y hasta allá que marchó nuevamente Bernardeta, donde se quedó por tiempo de dos años hasta su regreso a Lourdes a principios de 1858, donde el destino la tenía reservada una misión que cambiaría para siempre su vida, la de los habitantes de Lourdes y de personas del mundo entero.

LAS APARICIONES

 

PRIMERA APARICIÓN (Jueves 11 de febrero de 1858)

Aquel día frío y oscuro coincidía con el primer jueves de Cuaresma. Era cerca de la una de la tarde y justo después de comer, la madre se lamentaba de que no quedara leña para calentar el pequeño «Cachot». Bernardeta se ofreció a bajar a recoger ramas secas a la orilla del Gave, junto a su hermana María y una amiga llamada Juana Abadie, a lo que su madre accedió a regañadientes. Las niñas decidieron acceder a la zona de Massabieille por el Molino de Savy, lo que las obligaba a cruzar el arroyo y Bernardeta, pensó que para evitar que su asma empeorase, lo mejor que podía hacer era quedarse esperando en el otro lado de la orilla. Al rato de que su hermana y Juana Abadie cruzasen al lado de la Gruta, estas se alejaron por la orilla del Gave en busca de ramas secas, y fue entonces, cuando Bernardeta se decidió a cruzar también el río. Este es el relato que la propia Bernardeta dio de lo ocurrido:

«Había empezado a quitarme la primera media cuando de repente oí un rumor, igual que un trueno. Miré a la derecha, a la izquierda, sobre los árboles del río, nada se movía; creí estar equivocada. Seguía descalzándome, cuando un nuevo rumor, parecido al primero se oyó también. ¡Ah! Entonces tuve miedo y me erguí. No podía hablar y no sabía qué pensar, cuando, volviendo la cabeza del lado de la Gruta, vi en una de las aberturas de la roca un matorral, uno solo agitándose como si hiciese fuerte viento. Casi al mismo tiempo salió del interior de la Gruta una nube color de oro; a poco, una señora, joven y hermosa, hermosa sobre todo, como yo no había visto nunca, vino a colocarse en la entrada de la abertura, encima del matorral. En seguida me miró, me sonrió y me hizo ademán de que avanzara, como si ella hubiera sido mi madre. El miedo se me había quitado, pero me parecía que ni sabía siquiera yo donde me encontraba. Me frotaba los ojos, los cerraba, los abría, pero la Señora estaba siempre allí, continuaba sonriéndome y haciéndome comprender que yo no me equivocaba. Sin darme cuenta de lo que hacía, saqué mi rosario del bolso y me arrodillé. La Señora me hizo un movimiento de cabeza aprobatorio y puso en sus dedos un rosario que llevaba en su brazo derecho. Cuando quise empezar el rosario y llevar mi mano a la frente, mi brazo permaneció como paralizado y hasta que la señora no se santiguó no pude hacerlo yo. La Señora me dejó rezar completamente sola; ella pasaba entre sus dedos las cuentas de su rosario, pero no hablaba, y solamente al fin de cada decena decía conmigo: Gloria Patri, et Filio et Spiritui Sancto.»

Bernardeta solo hablaba el Patuá, un dialecto francés de la zona pirenaica, por lo que es posible que la traducción no sea fiel al relato de la niña. Cuando regresaron Juana y María, encontraron a Bernardeta de rodillas en el lugar que la habían dejado, burlándose de ella llamándola beata. Al poco de iniciar el retorno a casa, Bernardeta preguntó a las otras dos niñas si ellas no habían notado nada raro en la Gruta, a lo que respondieron que no. Ya por la noche, cuando se disponían a rezar en familia, antes de acostarse, Bernardeta no pudo contener la emoción y se puso a llorar. ¿Que tienes? Preguntó la madre, y esta empezó a relatar lo que la había sucedido en la Gruta de Massabieille. Esta es la descripción que Bernardeta dio de cómo era la señora que se le apareció:

«Tiene el aire de una joven de dieciséis o diecisiete años. Lleva un vestido blanco, ajustado a la cintura por una cinta azul, que cae a lo largo de aquel. Lleva en la cabeza un velo, blanco también, dejando ver apenas su cabello y cayendo en seguida hacia atrás, más abajo del talle. Descalza, pero cubiertos los pies por los últimos pliegues de su vestido, excepto en la punta, donde brilla en cada uno de ellos una rosa amarilla. Tiene en el brazo derecho un rosario de cuentas Blancas, con una cadena de oro brillante, como las dos rosas de los pies.»

SEGUNDA APARICIÓN (Domingo 14 de febrero)

Cuando Bernardeta le contó a su madre lo que había visto en la Gruta, esta respondió diciendo que eso eran ilusiones y que más valía que se sacase de la cabeza esas ideas y sobre todo, que no volviese más por Massabieille. Pero al día siguiente, Bernardeta se mostraba seria y meditabunda. No había podido dormir y solo un pensamiento embargaba su alma, el de la Señora.

En los días siguientes, la pequeña dejó entrever el deseo que tenía de volver a Massabieille, aunque sin insistir demasiado en ello. Sin embargo, en la tarde del domingo 14, la pequeña noto un fuerte impulso en lo más profundo de su alma, era una llamada, una voz secreta que impulsaba a la niña a volver, la Señora, requería su presencia en la Gruta. Después de solicitar insistentemente permiso a su madre para que la dejase ir junto a su hermana María, ésta accedió a regañadientes, más con la esperanza de que en esta ocasión, Bernardetta no viese nada y olvidase aquel asunto.

Mientras se vestía a toda prisa, su hermana María fue a avisar a Juana Abadie y esta, a su vez, corrió a llamar a un grupo de amigas a las que habían hecho partícipes de lo que ocurrió días antes. No obstante, antes de iniciar el camino, Bernardeta decidió proveerse de un frasquito con agua bendita por si las moscas, tras lo cual, reunida con su hermana y otras cinco o seis amigas, tomaron el camino del bosque. Tan pronto como llegaron, Bernardeta se arrodilló frente a la hornacina natural donde se le apareció la Señora anteriormente y se puso en oración. No pasó mucho tiempo cuando, de repente exclamó ¡Ella está allí…!¡Está allí…!

María Hillot, una de las amigas, puso el frasco de agua bendita en la mano de Bernardeta diciendo ¡Pronto, échale el agua! Bernardeta obedeció y lanzó el contenido del frasco sobre el matorral a lo que replicó:

«…Ella no se enfada, al contrario, aprueba con la cabeza y sonríe hacia todas nosotras…»

Entonces todas las niñas cayeron de rodillas formando un semicírculo junto a Bernardeta. Esta había entrado en éxtasis, su mirada permanecía fija en la hornacina, su cara, transfigurada y radiante de felicidad, había tomado una expresión indefinible. El resto de las niñas desconcertadas ante aquel cuadro no supieron como reaccionar, algunas entraron en sollozos y una de ellas exclamó… «¡Oh, si Bernardeta fuera a morir!» En ese instante llegó Juana Abadie con otro grupo de amigas y sin saber muy bien por qué, empezaron a lamentarse y a pedir auxilio. Hasta allí se acercaron alertadas por los gritos la madre y la hermana de Nicolau, el molinero de Savy. Las dos mujeres quedaron estupefactas al ver el estado en el que se encontraba Bernardeta, e intentaron que volviese a su estado normal, como si se tratase de despertar a alguien de un profundo sueño. Trabajo perdido, Bernardeta no veía, no oía más que a su visión.

La tía de Nicolau corrió en busca de su hijo al Molino de Savy. El joven, de veintiocho años, ayudaría a sacar a Bernardeta de aquel lugar. Al llegar, este dio un respingo hacia atrás. ¡Nunca, espectáculo más impresionante se había presentado ante mis ojos; por más que pensaba, me parecía que yo no era digno de tocar a esa niña! Llegó a declarar posteriormente aquel joven, quien alentado por su madre, agarró a Bernardeta por los hombros y con ayuda de su madre, la llevaron hasta el Molino de Savy donde al llegar, recobró su estado de consciencia.

El resto de las niñas, se adentraron en la ciudad completamente soliviantadas por lo que habían presenciado en Massabieille y María, la hermana de Bernardeta, entró en el pequeño Cachot ahogada en sollozos entre los que solo pudo decir que Bernardeta se encontraba en el Molino de Savy. Creyendo una desgracia, la madre tomó a toda prisa el camino hacia Massabieille. Cuando entró en el Molino de Savy, la madre se abandonó a un movimiento de cólera y vara en mano dijo:

«…¡Cómo, bribona! ¿Quieres, pues, que seamos el hazmerreír de todos los que nos conocen? ¡Voy a dártelos yo, tus aires beatos y tus cuentos de Señora…!»

Cuando la madre se disponía a golpear a Bernardeta, intervino la vieja Nicolau parando el golpe y replicando:

¿Qué hace usted? ¿Que ha hecho, pues, su hija para que usted la trate así? Es un ángel, y un ángel del cielo, ¿lo oye usted? lo que tiene ella. ¡Oh! ‘No olvidaré nunca lo que ella era en la Gruta!

 

TERCERA APARICIÓN (Jueves 18 de febrero)

El rumor de lo que había sucedido en la Gruta de Massabieille, se hizo extenso en Lourdes por boca de las niñas que acompañaron a Bernardeta en la segunda aparición, aunque la mayor parte de la gente lo tomaba por locuras, cosas de niñas. No así Antonia Peyret, perteneciente a la congregación de las Hijas de María, quien no dudó en acercarse al pequeño Cachot para entrevistarse con Bernardeta. Cuando la pequeña relató sus visiones, Antonia Peyret no pudo evitar emocionarse y que sus ojos se humedeciesen en lágrimas. Hacía pocos meses que la congregación había perdido  a su presidenta, Elisa Latapie, cuyo fallecimiento causó gran conmoción a las Hijas de María y a todo Lourdes en general. La señora Peyret pensaba entonces, que la mujer que se aparecía en la Gruta no era otra que su presidenta fallecida, quien venía a reclamar oraciones.

Antonia Peyret no dudo en hacer partícipe de sus impresiones a la señora Millet, quienes acordaron en hacer una nueva visita al domicilio de los Soubirous en la tarde-noche del día 17. Aquel día, al anochecer, las dos mujeres accedieron juntas al interior del pequeño Cachot, en el instante justo en el que Bernardeta solicitaba permiso a su madre para volver a la Gruta. La madre, que no quería renovar sus alarmas, dirigía a su hija una severa reprimenda. A la entrada de la visita, la madre detuvo su exaltación algo confusa y se vio en la obligación de explicar el motivo de su enojo. Las dos mujeres se complacieron de llegar en ese instante y trataron de calmar a la madre e intercedieron por Bernardeta con el fin de conseguir que la madre cediese ante la petición de la niña, ofreciéndose en acompañarla.

«Les confío mi hija…; ustedes ven mi angustias. Por favor, velen por ella.» Replicó la madre.

Al día siguiente, antes de amanecer, a fin de no llamar la atención de los curiosos, la señora Peyret y la señora Millet fueron en busca de Bernardeta y juntas, se pusieron en camino. La señora Millet se había provisto de un cirio tradicional, bendecido en la Candelaria. Por su parte, la señora Peyret portaba bajo su manto un pliegue de papel, una pluma y tinta. Cuando llegaron a la cumbre de Massabieille, Bernardeta comenzó a caminar deprisa, impaciente por llegar cuanto antes. Cuando las acompañantes llegaron a la Gruta, encontraron a Bernardeta arrodillada frente a la hornacina. La señora Millet prendió el cirio y ambas imitaron a la niña rosario en mano. Al rato de permanecer rezando, un grito vino a romper el silencio. Era Bernardeta quien en un ataque de júbilo, alzó la voz diciendo ¡Ella viene!…¡Allí está! Las dos señoras alzaron la mirada hacia la hornacina, pero para ellas, nada había cambiado.

La vidente, visiblemente emocionada, no mostró aquel día señales exteriores de éxtasis y continuó rezando el rosario. Entonces intervino la señora Peyret, quien, entregando la pluma y el papel a Bernardeta dijo:

«Pregunta por favor a la Señora, si tiene algo que comunicarnos, y en ese caso, si lo quiere poner por escrito»

Bernardeta avanzó hasta la parte baja del matorral y de puntillas, presento el papel y la pluma a la Señora. Tras unos instantes, hizo una profunda inclinación y regresó a su lugar de rezo con el papel en blanco. La señora Peyret, algo entristecida, le preguntó a Bernardeta lo que había contestado la Señora:

«Cuando le he presentado el papel y la pluma, se ha sonreído y después, sin enfadarse, me ha contestado; Lo que tengo que decirle no es necesario que lo escriba, ¿Quiere usted tener la bondad de venir aquí durante quince días? A lo que he respondido que sí…»

Fue entonces la señora Millet quien entró en escena pidiendo a Bernardeta, si podía preguntarle a la señora si su presencia allí era importuna. Entonces Bernardeta miró hacia la hornacina y después, volviéndose contestó:

«La Señora responde; No, su presencia aquí no me es desagradable.»

Dicho esto, la señora Millet y la señora Peyret se posaron de rodillas junto a la vidente y permanecieron rezando por espacio de una hora, hasta que Bernardeta, se levantó y salió de la Gruta. Las dos mujeres siguieron a la joven preguntándole si no había recibido una nueva comunicación de la Señora, a lo que Bernardeta respondió, medio triste:

Si, me ha dicho; No os prometo haceros feliz en este mundo, sino en el otro»

 

CUARTA APARICIÓN (Viernes 19 de febrero)

La noticia de que la Señora requería la presencia de Bernardeta en la Gruta, durante los próximos 15 días, minó la moral de los padres. Luisa, la madre de Bernardeta, en los momentos difíciles solía apoyarse en los consejos de su hermana mayor, Bernarda. Esta, después de mucho pensar, llegó a la conclusión de que lo mejor que podían hacer era dejar que la niña acudiese a la llamada de la Señora. No obstante, con el fin de asegurarse que Bernardeta no correría peligro alguno y con la necesidad de hacer una valoración personal de lo que ocurría en Massabieille, la tía Bernarda apuntó muy sabiamente, que se hacía necesario acompañar a la niña a la Gruta, cosa que no habían hecho hasta el momento.

Así, en la mañana del Viernes 19 de febrero, con el alba, Bernardeta junto con su madre y su tía se encaminaron hacia el bajío del Gave. A pesar de lo temprano de la mañana, varias personas reconocieron a la pequeña comitiva que se dirigía hacia Massabieille, y algunas mujeres, conocedoras de lo que estaba ocurriendo, no dudaron en seguirlas. De este modo, una pequeña caravana de siete u ocho personas llegó bajo la gruta casi al mismo tiempo que las Soubirous.

En seguida, Bernardeta se arrodilló rosario en mano, y al poco de persignarse cayó, esta vez sí, sumida en un profundo éxtasis de sonrisas inefables que iluminaban su rostro. La madre y la tía, escépticas hasta ese momento de lo que les había contado la pequeña vidente, quedaron completamente atónitas ante la transformación de la niña. Bernardeta se mostraba en los resplandores del éxtasis con el cuerpo inclinado para delante, como para echarse a volar y la madre, presa de un temblor nervioso, exclamó:

«¡Oh, Dios mío, os conjuro…  no me quitéis a mi hija!»

Otra voz, la de una asistente, decía al mismo tiempo:

¡Oh, que bella está!

Lágrimas de enternecimiento asomaron en los ojos de todos los asistentes, que, dejándose llevar por la emoción, se arrodillaron y comenzaron a rezar en un admirativo silencio. Bernardeta permaneció en las delicias de su contemplación por tiempo de media hora, tras lo cual, frotándose lo ojos y abrumada bajo el peso de su dicha, se acercó a su madre y a su tía fundiéndose en un abrazo rebosante de emociones.

Bernardeta contó seguidamente, que la Señora se había mostrado satisfecha por su fidelidad en volver a la gruta y le había dicho que, más adelante, tendría revelaciones que hacerle. La niña contó también, un extraño suceso que tuvo lugar durante su trance. Un tumulto de voces siniestras, pareciendo salir de las profundidades de la tierra, habían interrumpido brevemente la conversación entre la Señora y la niña:

«Esas voces se interpelaban, se batían, se ofendían, como los clamores de una muchedumbre en lucha. Una de esas voces, dominando a las demás, había gritado de una manera estridente y llena de rabia ¡Sálvate!¡Sálvate! A ese grito, que más parecía una amenaza, la Señora levantó la cabeza y frunció el ceño mirando hacia el río. A este sencillo movimiento, las voces, presas de espanto, habían huido en todas direcciones.»

QUINTA APARICIÓN (Sábado 20 de febrero)

A estas alturas, la noticia de las apariciones había llegado a los oídos de todas las gentes de Lourdes, así como el hecho de que Bernardeta, había prometido acercarse a la Gruta durante los siguientes quince días, lo que propició que un gran número de curiosos se apresurasen a concurrir allí.

En la mañana del sábado 20 de febrero, la parte baja de las excavaciones y el espacio abierto que había entre la Gruta y el Gave, aparecieron completamente ocupados. Bernardeta hizo aparición sobre las seis y media acompañada de su madre y sin inmutarse, ante aquella muchedumbre, fue a arrodillarse en su sitio habitual rosario en mano. Tan sólo unos instantes después, una gracia se apoderaba de la niña cuyos ojos iluminados se abrían a una claridad sobrehumana y su propia madre, emocionada, decía llorando:

«Yo pierdo la cabeza y no reconozco más a mi hija»

Un murmullo de confusión y de admiración al mismo tiempo se elevó entre la muchedumbre, quienes, de puntillas, se alzaban a fin de contemplar mejor a la extática. Absorbidos en un cúmulo de sensaciones, ante el cuadro que se les presentaba, las miradas rebotaban alternativamente de Bernardeta a la hornacina de la roca y de la hornacina a Bernardeta.

Cuando la magia del éxtasis llegó a su fin, la niña fue interrogada sobre su conversación con la Señora. Esta respondió, que en aquella ocasión, la Señora había tenido la bondad de enseñarle palabra por palabra, una oración particular y especial para ella, cuyo contenido no estaba autorizada a revelar.

 

SEXTA APARICIÓN (Domingo 21 de febrero)

El señor Dozous era el médico de Lourdes en aquella época y fue también uno de los testigos esclarecidos de los éxtasis de Bernardeta. El facultativo había pasado su vida en la indiferencia religiosa, hasta que se decidió a hacer un estudio personal de lo que sucedía en la Gruta. Ser testigo de los éxtasis de Bernardeta, desencadenaron en su mente una dura batalla ante sus viejas doctrinas filosóficas y científicas, contra unos hechos sobrenaturales para los que no tenía explicación. Después de varios días de minuciosos y pacientes estudios, el doctor declaró abiertamente que, el dedo de Dios se mostraba en Massabieille.

Así, en la mañana del domingo 26 de febrero, el doctor Dozous formaba parte de la muchedumbre que se agolpaba  a orillas del Gave, frente a la Gruta. A su llegada, Bernardeta se arrodilló en el lugar de costumbre, sacó del bolso su rosario y comenzó a rezar. Entonces el señor Dozous aprovechó para ponerse junto a la niña y llevar a cabo sus observaciones. Así mismo relató el médico su vivencia:

«De pronto, su rostro sufrió una transformación notada por todas las personas que nos encontrábamos allí… mientras pasaba con la mano izquierda su rosario, sujetaba con la mano derecha un cirio encendido, que se apagaba de vez en cuando debido a las corrientes de aire, tras lo cual, lo acercaba a la persona más cercana, para que esta lo encendiera de nuevo. Yo, que seguía con gran atención todos los movimientos de Bernardeta, tomé uno de sus brazos y coloqué mis dedos sobre la arteria radial, comprobando que su pulso era tranquilo y su respiración normal; nada en la joven indicaba una excitación nerviosa. Al tiempo, la vidente se levantó y dio unos pasos hacia la hornacina. Su cara se entristeció y de sus ojos brotaron algunas lágrimas. Cuando el éxtasis finalizó y la niña se encontraba en su estado original, pude preguntarla lo que había pasado, a lo que me contestó: La Señora, apartando de mí un instante su mirada, la ha dirigido a lo lejos, por encima de mi cabeza. En seguida, volviéndola sobre mí, que le preguntaba lo que la entristecía me ha dicho ¡Rogad por los pecadores! Fui, acto seguido, tranquilizada por la expresión de bondad y de serenidad que pude ver en su rostro, e inmediatamente desapareció.»

 

JORNADAS DEL 21 Y 22 DE FEBRERO

Aprovechando que no era día laborable, la sexta aparición del domingo día 21 atrajo hasta la zona de Massabieille a centenares de personas. Esto alertó a las autoridades de Lourdes, quienes hasta el momento habían hecho caso omiso a las habladurías sobre lo que ocurría en el bajío del Gave. La preocupación estaba justificada, tanto en la alteración del orden que se estaba produciendo en la ciudad, como en las situaciones de riesgo en las que se estaban poniendo muchos de los asistentes, que buscaban un lugar privilegiado desde donde observar a la vidente en lo alto de las rocas de la Gruta, con el consiguiente peligro de despeñarse.

Así, en la mañana de aquel domingo 21 de febrero, el fiscal de Lourdes, el señor Dutour, interrogó a Bernardeta sobre las visiones que estaba teniendo en la Gruta de Massabieille. Cuando esta hubo expuesto lo acontecido, el señor Dutour advirtió a la niña en la necesidad de que dejase de asistir a la Gruta, petición que desechó Bernardeta so pretexto de que se lo había prometido a la Señora.

El fracaso del señor Dutour hizo entrar en escena al Comisario de Policía, el señor Jacomet, quien en la tarde de ese mismo día, hizo que Bernardeta lo acompañase a su casa para ser interrogada. El señor Jacomet vivía justo debajo de la vivienda de Jean-Baptiste Estrade, el testigo y autor del libro en el que se fundamenta este artículo y fue en este interrogatorio, la primera vez que el señor Estrade entró en contacto con la pequeña vidente. El comisario no fue tan benevolente como el fiscal y amenazó a Bernardeta con meterla en la cárcel si volvía a la Gruta.

En la mañana del lunes 22, la joven salió de su domicilio con intención de acudir a la escuela con la advertencia de no desviarse en su camino, pero en el trayecto, llegó a un punto en el que sus pies no podían continuar. Una barrera invisible impedía a Bernardeta seguir su camino hacia la escuela y una llamada interior empujó a la niña a dirigirse a Massabieille, desobedeciendo las advertencias de sus padres y del comisario. Sin embargo, en aquella ocasión, a pesar de sus ruegos, la Señora no se apareció.

SÉPTIMA APARICIÓN (Martes 23 de febrero)

Ante la impotencia de unos acontecimientos que se les escapaban de las manos, los padres de Bernardeta cedieron en la intención de la pequeña vidente en seguir acudiendo a la Gruta, encomendándose a Dios para la protección de la menor.

Aquella mañana del martes 23 de febrero, el señor Estrade acudió por primera vez a la Gruta, debido a la insistencia de su hermana en que la acompañase. Frente a las excavaciones se congregaron unas doscientas personas, la gran mayoría mujeres que aguardaban la llegada de la vidente de rodillas, rezando, ante lo que Estrade tuvo que hacer un esfuerzo para no romper en carcajadas. Estrade se unió al diminuto grupo de hombres, que a la llegada de la niña, tuvieron que ir abriendo paso, consiguiendo así situarse junto a ella. Como si de un ritual ya marcado se tratase, Bernardeta se arrodilló, sacó su rosario y comenzó a rezar. A los pocos instantes, ante el asombro de todos los asistentes y en especial del señor Estrade, la niña entró en éxtasis transfigurando su ser. Su rostro se mostraba iluminado, lleno de gracia y felicidad y sus ojos se clavaban en la roca sin ni siquiera pestañear. Algo cambiaba en Bernardeta, una transformación inexplicable que hacía que todos los presentes lo percibieran como algo sobrenatural, de tal forma, que hasta el incrédulo de Estrade, se vio en la obligación de humillarse y arrodillarse ante la roca, rindiéndose ante la evidencia. En aquel instante su vida cambió para siempre.

Al finalizar el éxtasis, Bernardeta fue preguntada sobre su conversación con la Señora, a lo que respondió:

«La Señora me ha puesto en conocimiento de tres secretos, pero esas confidencias no pueden ser transmitidas a nadie, pues solamente a mi me conciernen»

 

OCTAVA APARICIÓN  (Miércoles 24 de febrero)

A partir de este día, la concentración de personas entorno a la gruta se fue haciendo más numerosa y empezaban a hacer acto de presencia gentes venidas de fuera. Bernardeta llegó a la Gruta a la hora habitual y tras el ritual de costumbre, se sumió en el éxtasis. En un momento dado, la cara de la vidente se torno triste y comenzó a llorar. En humillada actitud, avanzó de rodillas desde donde se encontraba, hasta la parte baja de la roca donde se encontraba la hornacina, besando el suelo a cada paso. Después se incorporó, levantando la cabeza hacia la abertura ojival en posición de escucha, y seguidamente, dirigiendo su mirada hacia los espectadores, repitió entre lágrimas y sollozos ¡Penitencia!¡Penitencia!¡Penitencia! tras lo cual Bernardeta, fue a arrodillarse a su lugar de costumbre.

El éxtasis continuaba  ante la mirada expectante de los presentes, que guardaban un silencio ensordecedor. De pronto, una intervención inesperada y grotesca vino a romper la tranquilidad del evento. El Sargento de Caballería de Lourdes, seguido de un subordinado, habían irrumpido en la Gruta y se abrían camino gritando de forma autoritaria ¡Paso!¡Paso!. El maleducado Sargento se se colocó junto a la niña y la respeto; ¡Y bien! … ¿Qué haces tú aquí, pequeña hipócrita? Bernardeta ni siquiera pestañeó, continuaba sumida en su éxtasis y solo tenía ojos para la Señora, ignorado por completo al mamarracho.

Ante la pasividad de la niña, el Sargento se volvió entonces hacia la muchedumbre gritando; ¡Y decir que es en el siglo diecinueve cuando se ven semejantes tonterías…! Un murmullo se levantó en el gentío matizado en amenazas. Todas las miradas, en clave desafiante se fijaron en el burlesco apóstrofe quien, viendo que su intervención, lejos de imponer autoridad estaba desembocando en el ridículo, tomó el aire resignado de hombre incomprendido y teniendo en cuenta que una retirada a tiempo es una victoria, decidió marchar a fanfarronear a otra parte.

 

NOVENA APARICIÓN (Jueves 25 de febrero)

Uno de los días más importantes en lo que se refiere a las aparicione, se dio un hecho relevante considerado hoy como el primer milagro de Lourdes. El agua brotó en la Gruta y se convirtió en el manantial del que hoy, sigue brotando el agua milagrosa de Lourdes.

Un día más, como ya era costumbre, Bernardeta regresó a la Gruta y puesta de rodillas en su lugar de siempre, comenzó a rezar. El señor Estrade se encontraba presente, situándose cerca de la vidente. La joven no tardó en caer en su éxtasis habitual. Después de un buen rato rezando, la vidente se levantó y se mostró apurada. Vacilante, se volvió hacia el río y avanzó dos o tres pasos. De pronto, se detuvo bruscamente y miró hacia atrás, como cuando alguien te llama. Hizo un gesto afirmativo con la cabeza y retrocedió hacia el interior de la Gruta, dirigiéndose hacia el ángulo izquierdo de las excavaciones. Casi a pie de las rocas, se detuvo y giró sobre si misma, observando el suelo con la mirada enturbiada. Levantó la cabeza poniendo la vista en la hornacina, como esperando una confirmación. Después, se agachó y se puso a escarbar en la tierra. El pequeño hoyo que acababa de desenterrar se llenó de agua rápidamente. Tras unos segundos, bebió del agua, se lavó la cara, y seguidamente corto con la mano un pequeño matojo de hierba y se la comió. Cuando se puso en pie para regresar al lugar donde solía arrodillarse, tenía la cara embadurnada en agua y barro.

Todos los espectadores siguieron aquellos acontecimientos con un sentimiento de lástima y estupor. A la vista de esto, un grito de decepción retumbó sobre las rocas de Massabieille: ¡No hay más Bernardeta, la pobre niña, se ha vuelto loca! La mayor parte de los asistentes, regresaron a sus casas con la vista baja y el corazón lleno de tristeza. No obstante, cuando hubo finalizado la visión, Bernardeta inició el camino de regreso tranquila, hablaba y conversaba con las personas que la seguían como de costumbre, de manera sensata y con ese aire confiado y familiar que tanto agradaba en ella. Fue entonces cuando se la preguntó por la actuación tan insólita que acababa de llevar a cabo en la Gruta, a lo que respondió:

…Mientras yo estaba en oración, la Señora me ha dicho con voz amistosa, pero al mismo tiempo seria; «Id a beber y a lavaros a la fuente» Como yo no sabía donde estaba la fuente y creía que de esto allí no había nada, me dirigí hacia el Gave. La Señora me ha llamado y me ha indicado con el dedo que volviese bajo la Gruta, a la parte izquierda. Obedecí pero no veía agua. No sabiendo de donde tomarla, arañe la tierra y brotó allí. La he dejado aclararse un poco, luego he bebido y me he lavado. Luego, por un movimiento interior que no se explicar, la Señora me ha impulsado a comer de la hierba…

JORNADA DEL VIERNES 26 DE FEBRERO

Al día siguiente de los extraños acontecimientos acaecidos en la Gruta, la gente regresó una mañana más al lugar de las apariciones, a pesar de la decepcionante actuación de la vidente el día anterior, en la que todos la daban por loca. Sin embargo, la sorpresa fue mayúscula para todos los asistentes, cuando al llegar, comprobaron atónitos, como en la pequeña excavación que había realizado Bernardeta el día anterior, pasó de emerger un finísimo hilo de agua, a transformarse en un caudaloso manantial del que hoy brotan 18.000 litros diarios. Un sentimiento de asombro y confusión se apoderó de las personas llegadas a Massabieille. Sentimientos que dieron paso, posteriormente, a un estado de excitación y felicidad cuando, los que allí se congregaban, comprendieron que aquello sólo podía explicarse como un hecho sobrenatural. La Señora, con su tacto divino, había hecho brotar un manantial de agua en el interior de la Gruta, obrando así el primer Milagro, el nacimiento del manantial de agua milagrosa de Lourdes.

No obstante, aquella mañana de viernes no hubo aparición en la Gruta. El libro de Estrade y muchos otros sí recogen una aparición en la mañana de aquel viernes, y en muchas webs y libros consultados hay discrepancias entre la aparición del día 26 de febrero y la del 3 de marzo. Pero lo cierto es, que ateniéndonos a la documentación oficial, la visión se mantuvo ausente dos días de la quincena, el lunes 22 de febrero y el viernes 26 de febrero. El relato que se hace de la supuesta aparición del día 26 de febrero, coincide exactamente con  la narración de la aparición del día 27 que se expone a continuación.

 

DÉCIMA APARICIÓN (Sábado 27 de febrero)

Cuando Bernardeta llegó a la Gruta, no manifestó sorpresa alguna al ver la gran cantidad de agua que brotaba de la excavación que ella misma había realizado el día anterior. Sin vacilar y después de haber hecho la señal de la cruz, bebió y se lavó con aquel agua, arrodillándose posteriormente en su lugar habitual. Tras un corto periodo en estado de éxtasis, la Señora le dijo «Besa la tierra por los pecadores» a lo que la niña obedeció. Después con una señal, pidió a la muchedumbre que imitara su acto de penitencia y sucesivamente, todas las cabezas se inclinaron hacia la tierra.

 

UNDÉCIMA APARICIÓN (Domingo 28 de febrero)

En la mañana de aquel domingo, más de dos mil personas se habían congregado en torno a Massabieille, esperando febrilmente la llegada de la vidente. Las conversaciones de la señora con Bernardeta fueron confidentes y la pequeña no reveló nuca, lo que fue, aquella mañana, su íntima conversación con la Señora. Al salir de la Gruta, después del éxtasis, la vidente se fue derecha a la iglesia para asistir a la misa del domingo.

 

DUODÉCIMA APARICIÓN (Lunes 1 de marzo)

Una persona de Lourdes, había pedido a Bernardeta que aquel día portase su rosario y lo utilizase para rezar frente a la Señora. La niña, siempre humilde, entendiendo el gesto como una buena acción, no dudo en tomar el rosario de su mano. Cuando la vidente se puso de rodillas y quiso llevar a la frente el rosario que la habían prestado, su mano fue detenida. La Señora preguntó, en tono de reproche, lo que había sido de su rosario. Bernardeta, sorprendida, adelantó el brazo para mostrar el rosario; «Os engañáis, ese no es el vuestro» dijo la señora. Rápidamente, la niña guardó aquel rosario en su bolsillo y extrajo el suyo, mostrándolo a La Señora, quien, hizo un gesto de aprobación con la cabeza. Fue entonces, cuando la vidente pudo comenzar sus oraciones.

Aquel día, por primera vez, un sacerdote hizo acto de presencia en la gruta. Su visita fue fugaz pero, posteriormente, fue preguntado por su visita a la Gruta. Sencillamente, era un seminarista llamado Padre Dezirat, de Omex, una pequeña villa cercana a Lourdes, que había aprovechado su paso por la ciudad para acercarse al lugar de las apariciones.

No obstante, aquel día ocurrió algo sorprendente al margen de las apariciones. Al caer la tarde, cuando la oscuridad empezaba a vencer a la luz del día, Catalina Latapie, una vecina de Lourdes, acudió a la gruta aquejada de un dolor en el brazo que tenía inmóvil, pues, parecía dislocado. Al sumergir el brazo en el agua del manantial, el dolor desapareció y el brazo recuperó por completo su movilidad. Las curaciones milagrosas, dieron comienzo con este hecho en la Gruta de Massabieille.

 

DECIMOTERCERA APARICIÓN (Martes 2 de marzo)

En la mañana del 2 de marzo, las contemplaciones se prolongaron un poco más de lo habitual. La Señora, había parecido meditar durante largo espacio de tiempo. Luego, dirigiéndose a la pequeña vidente, le habló en los siguientes términos:

«Ve a decir a los sacerdotes que aquí se ha de levantar una capilla y que se venga a este lugar en procesión»

Aquella misma mañana, cuando el éxtasis hubo finalizado, Bernardeta, sacando fuerzas de flaqueza, se dirigió a la casa cural con el fin de llevar el mensaje al párroco de Lourdes. El Padre Peyramale era un hombre de elevada estatura, mirada severa y de aspecto rudo, por lo que  imponía un gran respeto a la pequeña vidente. Cuando esta se personó ante el venerable pastor, se entabló una pequeña conversación, en la que la niña le contó las visiones que estaba teniendo en la Gruta de Massabieille, haciéndole  llegar el mensaje que ese día había recibido por parte de la Señora. El padre Peyramale, después de meditar durante algunos minutos, contesto:

¡… Contestaras a la Señora que te ha enviado, que el cura de Lourdes no tiene la costumbre de tratar con gentes que no conoce; que, ante todo, exige que ella dé a conocer su nombre y, además, que pruebe que ese nombre le pertenece. Si tu Señora es aquella de la que dejas adivinar el nombre, voy a indicarle un medio de hacerse reconocer y dar autoridad a sus mensajes; pídele de mi parte que uno de estos días, en presencia de la muchedumbre reunida, haga florecer repentinamente el rosal que se encuentra en la Gruta. Si la Señora tiene derecho a una capilla, comprenderá el sentido que uno a mis palabras; si no lo comprende, le dirás que puede dispensarse de enviar nuevos mensajes a la casa del cura…!

DECIMOCUARTA APARICIÓN (Miércoles 3 de marzo)

Aquella mañana Bernardeta llegó a la Gruta y realizó el ritual de costumbre. Después de rezar piadosamente el rosario durante largo tiempo se acercó bajo el escaramujo, besó la tierra y volvió a arrodillarse a su sitio habitual. Luego, habiendo besado la tierra de nuevo, hizo la señal de la cruz y se levantó. Al no haber dado ninguna de las señales que caracterizan su éxtasis, algunas personas que la rodeaban se pusieron a preguntarle, a lo que la niña respondió; «La Señora no ha venido hoy!

Sin embargo, por la tarde, al salir del colegio, la niña siente una llamada interior y acude nuevamente a la Gruta. La Señora se hace presente en aquel momento a los ojos de Bernardeta, quien aprovecha para hacerle llegar la respuesta del padre Peyramale a sus peticiones. La vidente insiste en preguntar a la Señora por su nombre pero esta responde con una sonrisa. Bernardeta, interpretando que la Señora no quiso contestar al haberse podido sentir molesta por no recibir la respuesta que esperaba, volvió a entrevistarse con el señor cura, quien, esta vez en tono más enfadado se reiteró en su respuesta anterior; «Si de verdad la Señora quiere una capilla, que diga su nombre y haga florecer el rosal de la Gruta.»

 

DECIMOQUINTA APARICIÓN (Jueves 4 de marzo)

Aquel era el último día de la quincena y previendo que sería una jornada de afluencia masiva, el alcalde hizo petición al comandante del fuerte, para que éste pusiese a su disposición a parte de la tropa con el fin de garantizar la seguridad y el orden. No se equivocaba el alcalde pues cerca de 20.000 almas abarrotan las orillas del Gave, desde la salida de la ciudad hasta la entrada a la Gruta. Era normal pues, todo el mundo pensaba que, al ser el último día, tendría lugar un suceso extraordinario.

Desde el instante en el que Bernardeta asomo por la puerta del pequeño Cachot, un rumor de exaltación se levantó en la muchedumbre y se extendió desde la calle Petits-Fossés hasta Massabieille. ¡Bernardeta viene!¡Bernardeta llega! Dos gendarmes hubieron de colocarse delante de ella para poder ir abriendo paso entre la muchedumbre, algo, que sin querer, hizo que el evento se tornase como un acto oficial. Cuando la comitiva llegó a la meseta de Massabieille, Bernardeta observó entre las filas a una niña ciega y movida por la compasión, se acercó hasta ella abrazándola efusivamente. La niña, al saber que la que la abrazaba era la vidente, se deshizo en agradecimientos y sollozos. Enseguida se hizo correr el rumor de que Bernardeta había curado a una niña ciega, noticia que hubo de ser reconocida posteriormente como falsa.

En cuanto Bernardeta se puso en oración, la voz tumultuosa que reinaba en el pequeño valle se transformó en silencio sepulcral, las cabezas se descubrieron y todas las rodillas se doblaron. En el curso del éxtasis, la vidente se enterneció hasta las lágrimas para volver a serenarse instantes después. Tras una hora aproximadamente de éxtasis, la joven recobró su estado ordinario y las personas que la rodeaban se apresuraron a preguntarle cómo había sido su conversación con la Señora:

«Como siempre, me ha sonreído al ausentarse, pero no me ha dicho adiós. -Puesto que la quincena ha finalizado, ¿Volverás a la Gruta? preguntaron; ¡Oh si! por mí, volveré siempre que pueda, pero no sé si la Señora querrá aparecer.»

La muchedumbre quedó desilusionada por este silencio. Muchos de los presentes esperaban que la Señora, recogiendo el desafío del padre Peyramale hiciese florecer el rosal de la Gruta. Otros, más entusiastas, llegaron a pensar que la Señora se haría visible a la multitud. Con gran disgusto de cuantos habían testimoniado su fe en las visiones, nada se produjo ese día.

 

DECIMOSEXTA APARICIÓN (Jueves 25 de marzo)

Habían pasado veinte días sin que la Señora se apareciera en la Gruta, a pesar de que Bernardeta acudió con la misma regularidad a la misma. El publico había descendido notoriamente, pero se mantenía un incesante ir y venir por el camino de Massabieille y siempre había alguien rezando frente a las excavaciones. En el interior se había improvisado una especie de altar, sobre el que se colocó una imagen de la Virgen y en el que se depositaban todo tipo de amuletos y medallas religiosas. A los lados de este, dos cirios permanecían encendidos día y noche. A los pies del altar, un cofre recogía las limosnas que arrojaban los fieles, con la intención de recabar fondos para la erección de la capilla solicitada por la Señora.

No obstante, habían empezado a sucederse las curaciones milagrosas relacionadas con el agua del manantial que emanaba de la Gruta. Así, un anciano cantero de Lourdes llamado  Louis Bourriette, tenía el ojo derecho inutilizado debido a un accidente en su oficio. El anciano, había mandado a su hija a por agua al manantial de la Gruta. Después de rezar, se lavó el ojo con el agua y al instante, se efectuó una curación plena, el ojo muerto, veía de nuevo. Aquel hombre salió como alma que lleva el diablo en busca del Doctor Dozous, que es el que le había tratado el ojo, y al encontrarle le espetó «Doctor, estoy curado! El incrédulo facultativo sacó un papel y escribió una nota entregándosela al señor Bourriette diciendo; «Si me llegas a leer esto te creeré» El pobre hombre se tapó su ojo izquierdo con la mano y leyó en voz alta; «El Señor Bourriette tiene un desprendimiento de retina incurable y no curará nunca…» El Doctor Dozous hubo de reconocer aquella curación como milagrosa.

No fue la única, otras personas de Lourdes como María Daubé, Bernarda Soubie o Fabian Bason por citar algunos, habían curado sin explicación de las dolencias que padecían. Jean Grassus, que tenía una mano paralizada desde hacía diez años, recuperó la movilidad tras sumergirla en el agua del manantial.

El 25 de marzo, es el día que se celebra la fiesta de la Anunciación. En el ámbito cristiano se conoce como el episodio de la vida de la Virgen María en el que el Ángel Gabriel, le anuncia que va a ser la madre de Jesús. Coincidiendo con esa festividad, la Virgen llegó a Massabieille para anunciar lo que todo el mundo esperaba. Así, en la madrugada de aquel jueves, Bernardeta sintió la llamada de la Señora. Visiblemente alterada y con gran excitación se vistió con diligencia y antes de que apareciesen los primeros albores del día tomó presurosa el camino hacia Massabieille. Al llegar , la hornacina aparecía iluminada y la Señora aguardaba. Así relató Bernardeta lo que sucedió después:

«Cuando estuve frente a la Señora, pedí perdón por por llegar tarde. Ella, con la cabeza, hizo ademán de que no debía excusarme. Después, mientras me encontraba en oración, se me presentó el pensamiento de preguntarle su nombre. Temía hacerme importuna, pero con un impulso que no pude contener, supliqué a la Señora que me dijese quién era. Cómo en mis anteriores ocasiones, la Señora se limitó a sonreír. No sé por qué, me sentí más resuelta y volví a pedirle la gracia de decirme su nombre. Ella renovó su sonrisa, pero continuó guardando silencio. Llevada por la impaciencia de que aquella fuese la última vez que la Señora se mostrase, y reconociéndome indigna del favor que le pedía, volví a replicar mi súplica. Entonces, la Señora tomó un aire grave y pareció humillarse, junto sus manos y las puso en lo alto del pecho, miro al cielo y después, separando lentamente las manos e inclinándose hacia mí, me dijo con voz trémula, «YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN».

Cuando el éxtasis hubo finalizado, Bernardeta salió a toda prisa en dirección a casa del Padre Peyramale. Debía llevarle el mensaje de la Señora y de su boca, salía una y otra vez repetida la expresión «Soy la Inmaculada Concepción». Cuando el párroco escuchó el relato de la niña, quedó fascinado. Ya no tenía la menor duda. Aquella expresión había sido declarada dogma de fe por el Papa Pío IX sólo cuatro años antes, en 1854, después de que el mismo mensaje fuese transmitido a la hermana Catharine Laboure, durante las apariciones en Rue du Bac en 1830. Pero lo más significativo, es que aquel día, por la tarde, Bernardeta visitó al Señor Estrade que se encontraba en su casa junto a su hermana. La niña, contó emocionada lo sucedido por la mañana. Cuando finalizó el relato, la hermana de Estrade corrigió a Bernardeta, quien no sabía pronunciar la palabra Concepción y lo hacía en el Patuá que hablaba diciendo Coun-chet-siou. De pronto, la pequeña rompió a llorar y preguntó ¿Pero señorita, que quieren decir esas palabras, Soy la Inmaculada Concepción? Estrade y su hermana se quedaron perplejos. No cabía la menor duda de que aquella joven no podía estar mintiendo, pues, ignoraba totalmente el significado del mensaje que acababa de recibir de la Santísima Virgen.

DECIMOSÉPTIMA APARICIÓN (Miércoles 7 de abril)

Habían pasado varios días desde la revelación de la Señora reconociéndose como la Madre Celestial. Desde aquel día, todo el mundo hacía referencia a la Señora de la gruta como Nuestra Señora de la Gruta o Nuestra Señora de Massabieille.

La jornada del 7 de abril coincidía con el Miércoles de Pascua y aquel día,  Bernardeta volvió a contemplar en el júbilo del éxtasis a la Santísima Virgen. Aquel día, el Doctor Dozous presenció los hechos que él mismo narra, dando testimonio de un hecho tan insólito como inexplicable. Uno más.

«Aquel día Bernardeta parecía más absorta que nunca. Estaba de rodillas rezando las plegarias del rosario que sostenía con la mano izquierda, mientras sujetaba con la mano derecha un gran cirio bendito encendido. Cuando empezaba a hacer su ascensión ordinaria, de pronto, se detuvo en ese movimiento y acercó su mano derecha situándola debajo de la izquierda, de tal forma que la llama del cirio se colaba entre sus dedos. En un momento, la llama se activó por una corriente de aire y las personas que se encontraban cerca de la niña quisieron retirárselo, pero evite que nadie la hiciera cesar en el acto. Tomando mi reloj, observe aquella extraña situación por tiempo de un cuarto de hora. Cuando finalizó las plegarias y desapareció la transformación de su rostro, Bernardeta se levantó y se dispuso a marcharse. Entonces la detuve por un momento y la pedí que me mostrase su mano izquierda. La examine con cuidado y no encontré la menor señal de quemadura. Entonces solicite a la persona que se había apoderado del cirio que me lo prestase y lo acerqué repetidas veces a la mano de Bernardeta, quien la apartaba inmediatamente replicando ¡Que me quema usted! Este hecho lo refiero tal y como lo presencie sin poder dar en ello explicación alguna.»

 

DECIMOCTAVA Y ÚLTIMA APARICIÓN (Viernes 16 de julio)

Pasaron algo más de tres meses desde la decimoséptima aparición, hasta el día en el que se mostró por última vez la Madre del Cielo. Durante este tiempo, el Procurador Imperial, el Jefe de Policía de Lourdes y el Prefecto de los Altos Pirineos (el barón Massy), no querían ver en los acontecimientos de Lourdes otra cosa que una exaltación popular, provocada por la imaginación de Bernardeta.

De este modo, viendo el incesante movimiento de fieles que se acercaban a la Gruta de Massabieille a rezar, el barón Massy instó al Obispo de Tarbes a que condenara esta práctica piadosa, a lo que Monseñor Lacadé respondió:

«En las circunstancias en que se nos presenta el problema que nos ocupa, el deber de un Obispo, consiste en prescindir de todo juicio y aguardar a que la Providencia demuestre la verdad…»

Al no conseguir su objetivo, el Prefecto, amparándose en la ley, no vaciló en escribir al alcalde de Lourdes mandando que hiciera encerrar a Bernardeta. Cuando el Padre Peyramale supo que la niña iba a ser detenida, dijo a los enviados del Prefecto:

«Id a decirle al señor Massy, que para arrestar a Bernardeta tendrán que pasar sobre mi cuerpo antes que tocar a esta jovencita.»

No dándose por vencido, el barón Massy prohibió la entrada a la Gruta y dio orden de levantar una barrera de madera, poniendo además un guardia vigilando constantemente y advirtiendo de sanciones a quien quebrantase la prohibición.

El viernes 16 de Julio se celebraba la fiesta de Nuestra Señora del carmen. Hacía pocos días Bernardeta había recibido la Primera Comunión y en las primeras horas de la tarde se encontraba rezando en el interior de la iglesia, cuando de repente, oyó la voz de la Virgen de Massabieille indicándole que fuese a la Gruta. En seguida corrió a casa de su tía Lucila para rogarla que la acompañase. Al llegar, la Gruta se encontraba clausurada por la valla que mandó colocar el barón Massy, por lo que decidieron tomar el camino que llevaba a las praderas de la Ribère y fueron a arrodillarse a la orilla derecha del Gave, frente a las excavaciones. Casi al tiempo de arrodillarse, los resplandores del éxtasis se manifestaron en el rostro de Bernardeta que exclamó ¡Sí, sí… allí está… nos saluda y nos sonríe por encima de las barreras!

La visión duró largo tiempo y la vidente permaneció sonriente pero silenciosa en todo momento. El sol se ponía en el horizonte y la oscuridad de la noche empezaba a dominar la alberca de Massabieille. La Santísima Virgen dirigió una última y profunda mirada de cariño a su pequeña privilegiada y después, desapareció. Se había terminado. Bernardeta no volvería a ver a la Madre de Dios, por lo menos en esta vida…

Cabe destacar, que al poco tiempo, el ridículo recaería sobre el barón Massy, cuando el Emperador, enterado de los incidentes en la Gruta, mandó la orden de destruir inmediatamente la barrera que impedía el acceso a esta y dejar a la muchedumbre en libertad de ir a rogar ante las rocas de Massabieille.

EL DEMONIO HACE DE LAS SUYAS…

Las divinas visiones de Bernardeta habían finalizado, pero dieron comienzo una serie de fenómenos extraños atribuidos a la intervención del maligno. De alguna forma, la lucha entre el bien y el mal, había escogido a la Gruta de Massabieille como campo de batalla.

En el relato de la cuarta aparición, ya se hablaba de un extraño suceso, cuando Bernardeta, estando en éxtasis, había oído detrás de sí una explosión de voces provenientes del Gave, que gritaban de una manera estridente ¡Sálvate!¡Sálvate! y que fue la Señora de la roca quien silenció el siniestro vocerío con su mirada.

Pues bien, entre la multitud de personas que se acercaban diariamente a rezar a la Gruta, hubo algunas que experimentaron sucesos extraños, tales como audiciones, visiones, comportamientos inconscientes o maniobras imposibles, muchas de ellas delante de testigos presenciales. Tampoco faltaron los farsantes, los iluminados de turno, los falsos mesías y los elegidos  » por su propia estupidez» que llegaban a la Gruta para hacer el mayor de los ridículos y en algunos casos, salir escaldados. De estos últimos no haré mención alguna, pero lo que si es cierto, es que algo se agitaba de manera perniciosa alrededor de la Gruta. Una verdadera epidemia pareció revelarse  súbitamente en Lourdes afectando principalmente a la gente joven de la ciudad, que al acercarse a Massabieille, caían en una especie de contemplación febril, percibiendo en el interior de la gruta toda suerte de figuras fantasmagóricas.

Un día, una joven de Lourdes llamada María, que vivía en la calle Baja, volvió de la Gruta contando que  había oído una especie de concierto de voces perturbadoras que parecían proceder del interior de las rocas. Aquellas voces producían en los sentidos una especie de embriaguez narcótica. Al día siguiente, la joven regresó a la Gruta con el propósito de rezar el rosario, cuando de pronto, extrañas disonancias de tonos falsos y chillones, perturbaron y sembraron confusión en la joven. Aquello era una cacofonía indescriptible. De repente se hizo el silencio y sólo unos segundos después, un rumor siniestro, igual que una lucha entre animales inmundos estalló en el interior de las excavaciones. La joven huyó aterrorizada y durante varias semanas no se atrevió a volver a la Gruta.

Un hombre de Saint-Pé, una aldea cercana, caminaba antes del amanecer por la carretera que une Lourdes y Pau. Al llegar frente a las excavaciones, el buen hombre se quitó la boina y se santiguó. Al instante, fue envuelto en una especie de burbuja con luces fantasmagóricas y a pesar de sus esfuerzos, no pudo ni avanzar ni retroceder. Desesperado y tembloroso, el hombre volvió a santiguarse y aquella esfera estalló, quedando en el aire unas risas burlonas de irónicas blasfemias. El hombre dio media vuelta y regresó por donde había venido como alma que lleva el diablo.

El propio Estrade fue testigo de una de estas escenas. El recaudador y el jefe de oficina de Argelés, estando en Lourdes, pidieron a Estrade visitar la famosa Gruta. Al llegar, una joven de la ciudad llamada Josefina parecía estar sumida en una especie de trance, mientras era rodeada por un grupo de mujeres. La niña declaró posteriormente que se le habían aparecido ciertos personajes misteriosos de mal jaez.

Un joven campesino del valle de Batsurguère, acudió un día bajo las rocas de Massabieille. Al aproximarse a las rocas, entró en una especie de ataque de locura y comenzó a dar vueltas sobre sí mismo de forma vertiginosa. Cuando detenía ese movimiento, lanzaba manotazos al aire como intentando dar caza algún tipo de ser quimérico. Finalmente, subió varios pasos sobre la pared rocosa manteniéndose allí contra las leyes de la gravedad. Cuando el muchacho recuperó su estado normal, declaró no ser sueño de sus actos y que algo le obligaba a hacer lo que hacía.

Una tarde, un grupo de mujeres rezaban en grupo en la parte alta de Massabieille, la ladera que queda sobre la Gruta. Una de las mujeres, era acompañada por su hija de tres años, que permanecía tranquila abrazada a su madre, mirando en dirección del Gave. En un momento dado, la pequeña soltó un grito y salió corriendo persiguiendo a lo que parecía un ser invisible. De la boca de todas las mujeres salió una exclamación de terror cuando la madre, lanzándose de un salto sobre su hija, la retuvo al borde del precipicio. Un paso más y ambas se hubieran despeñado sobre el suelo de las excavaciones.

El suceso más sorprendente de esta índole tuvo como protagonista al hijo de un rentero, cuya casa se encontraba a unos cientos de metros de la Gruta río arriba. El niño, que en aquel momento tenía doce años de edad, era de un carácter simpático y agradable y hasta la fecha, había gozado de buena salud. De pronto, su carácter cambió, volviéndose irascible y solía permanecer en un rincón de su habitación, agachado y recogido como una pelota. Gruñía más que hablaba y utilizaba términos incomprensibles para el resto. Por momentos, sufría una especie de ataques epilépticos con convulsiones horrorosas. El Padre Berluze, sacerdote de las misiones de Francia, que fue a Lourdes a predicar una estación, oyó hablar de la extraña enfermedad del hijo del granjero y quiso darse cuenta de ella por sí mismo. Después de haber seguido al niño en el transcurso de sus crisis, no dudó en declarar que el joven era presa de una posesión demoníaca. Exorcizado unos días más tarde por el misionero, el joven recuperó la salud inmediatamente.

En fin, estos son solo algunos ejemplos de los centenares de sucesos extraños, que se dieron entre los fieles que se acercaban a la Gruta y los habitantes de Lourdes.  Pero con el tiempo, poco a poco, fueron remitiendo hasta desaparecer por completo. Quizá el Demonio, viendo que no conseguía ahuyentar a la gente para que dejase de acudir a rezar a la Gruta, se dio por vencido y cesó en su empeño.

 

EL DESTINO DE BERNARDETA

Tras el periodo de las apariciones, Bernardeta y la familia Soubirous volvieron a la rutina de sus labores diarias. Eso sí, en su día a día tuvieron que asumir una nueva tarea tan molesta para un entorno familiar cómo agotadora, atender a los centenares de visitantes que querían conocer a la pequeña vidente y escuchar de sus labios el relato de las visiones. La pobre Bernardeta, con ese carácter tan humilde que la caracterizaba, nunca pudo negarle a nadie el escuchar su historia, aunque llegó un momento que lo repetía como si fuese una grabación magnetofónica, sin ningún tipo de entusiasmo.

Lo que fue inquebrantable fue la condición de la familia Soubirous, ellos asumían su estatus de pobreza como si ese fuese el destino asignado por las divinidades del cielo, y a pesar de que las visitas siempre intentaban hacerles algún tipo de donativo, ya fuese económico o en especias, nunca aceptaron nada. No obstante, las pésimas condiciones de vida, hicieron que el estado de salud de Bernardeta se resintiese y sus ataques de asma cada vez fuesen más fuertes. Entonces, las hermanas del Hospicio de Lourdes, se ofrecieron a recibirla en su casa y a cuidarla como hija. De esta forma, en el mes de julio de 1860, la pequeña entraba en el Hospicio de Lourdes a título de enferma pobre, aunque no fue sometida al mismo régimen que el resto de enfermos y se la instaló en una habitación a parte. Dos años después, en 1862, el papa Pío IX autorizó al obispo local para que permitiera la veneración de la Virgen María en Lourdes.

En el año 1863, Monseñor Forcade, Obispo de Nevers y Superior General de las Damas de la Caridad de esa ciudad, viajó a Lourdes a visitar a las Hermanas del Hospicio, que dependían de su obediencia. El señor Forcade, se apresuró a conocer a la joven Bernardeta de la que tanto había oído hablar, y no se resistió a escuchar de su boca los relatos de las apariciones. El obispo quedó entusiasmado ante lo narrado por la joven, tras lo cual, hizo una proposición que a buen seguro, el prelado ya traía premeditada. El Obispo ofreció a Bernardeta entrar a formar parte de la Congregación de las Hermanas de la Caridad, a lo que Bernardeta solicitó un espacio de tiempo para poder pensarlo con tranquilidad, tiempo que le fue concedido. Tras un año de meditaciones y oraciones, Bernardeta pidió una audiencia particular a la Madre Superiora, a la que comunicó su decisión y rogó escribiese una misiva a Msr. Forcade para comunicarle su deseo de vivir y morir bajo el velo de las religiosas que él regía.

El 4 de julio de 1866, Bernardeta se despedía bañada en un mar de lágrimas de Lourdes, de la Gruta de Massabieille y de su familia, a los que ya no no volvería a ver nunca más. El 5 de julio, las dos hermanas que acompañaban a Bernardeta llamaban a la puerta del convento de Nevers y se anunciaba su llegada. A su entrada en el noviciado, la joven recibió el nombre de hermana Marie-Bernard y enseguida se familiarizó con la vida y las rutinas del convento. Allí, contó por última vez la historia de las apariciones ante el resto de hermanas de la congregación y no se le permitió volver a hablar más de ese tema.

Durante los primeros meses de estancia en el convento, su estado de salud parecía progresar de forma favorable, pero una tarde, después de la salida del refectorio, la joven tuvo un vómito de sangre tan prolongado, que todo el mundo a su alrededor perdió la esperanza de vida para ella. Tanto es así, que encontrándose agonizante, postrada en una cama, se hizo llamar al obispo, Monseñor Forcade, para que le administrase el Sacramento de los moribundos. Después de la ceremonia, la joven cayó en una especie de estado comatoso que parecía anunciar lo peor, sin embargo, durmió durante largo tiempo y su respiración recuperó la normalidad. A las pocas horas se despertó prácticamente recuperada de su colapso.

La Virgen de la Gruta prometió a Bernardeta hacerla feliz no en este mundo, sino en otro, y para conseguirlo, parecía que la joven tenía que someterse a las duras pruebas que el destino tenía reservadas para ella. De esta forma, al poco de recuperar su salud, una noticia vino a herirle en el fondo de su alma. Sin estar preparada para ello, recibió la noticia de la muerte de su madre. La pobre Bernardeta cayó desvanecida y cuando recuperó la consciencia dijo: ¡Dios mío, lo habéis querido, acepto el cáliz que me habéis presentado! ¡Bendito sea vuestro santo nombre!

Poco a poco Bernardeta fue recuperando la normalidad y dentro del convento, realizó trabajos en la cocina, como enfermera y terminó haciéndose cargo de los cuidados de la capilla de la Comunidad, trabajo que le fue encomendado debido a los reveses temporales que sufría su salud. Las enfermedades que sufría, tales como su asma crónico, los tumores, las expectoraciones sanguinolentas o el cáncer de huesos, iban consumiendo lentamente a una Bernardeta que vivía en continuo sufrimiento. Por si no fuese bastante, una vez más, un duro golpe vino a sacudir su ya debilitado corazón, cuando le llegó la noticia de que su padre había fallecido en Lourdes el 04 de marzo de 1871 de una larga enfermedad. Fue sumida de nuevo en la más horrorosa desolación.

El 28 de marzo de 1879, las escasas fuerzas de las que disponía hicieron que Marie-Bernard ya no saliese de su habitación y solo se moviese de la cama a un butacón del que disponía. Así permaneció por tiempo de 18 días esperando lenta y dolorosamente la muerte. Finalmente, después de permanecer agonizante durante 48 horas, retorciéndose de dolor, la vida de la joven Bernardeta expiró el 16 de abril de 1879 a los 35 años de edad. El día 19 de aquel mes se celebró el funeral en Nevers. El cuerpo de la difunta fue colocado en una capilla dedicada a San José, en el centro de un vasto jardín contiguo a la Casa Madre de Saint-Gildard.

El 13 de agosto de 1913, el Papa Pío X firmaba de su puño y letra la comisión para la introducción de la causa de Beatificación y Canonización de Bernardeta. Con motivo de este proceso, el cuerpo de la difunta se exhumó para su reconocimiento por primera vez el 22 de septiembre de 1909, 30 años después de su fallecimiento. Al extraer el féretro de la fosa y abrirlo, pudieron comprobar cómo el cuerpo se hallaba en perfecto estado de conservación. Su piel estaba dura pero intacta y presentaba un color blanco mate y su cuerpo momificado permanecía rígido. Después de una cuidadosa limpieza y mantenimiento, el sarcófago se introdujo de nuevo en la fosa. Antes de la Beatificación se llevaron a cabo otras dos exhumaciones, una segunda el 03 de abril de 1919 y la tercera y última el 18 de abril de 1925. En esta última exhumación, en presencia de un Tribunal Eclesiástico y la Superiora General de la Congregación, los Dres. Comte y Talon dieron fe del estado de conservación del cuerpo de Bernardeta, declarándolo Corpus Incorruptus, 46 años después de su fallecimiento. Finalmente, Bernardeta fue Beatificada el 14 de junio de 1925 y la Iglesia la proclamó santa el 8 de diciembre de 1933. El cuerpo incorrupto de la vidente de Lourdes, Bernardeta Soubirous, permanece expuesto al público -después de un cuidadoso proceso de restauración- en una urna de cristal, en el interior del Convento de Saint-Gildard en Nevers, Francia.

ORACIÓN A LA VIRGEN DE LOURDES

“Santísima Virgen de Lourdes, que a ninguno desamparas ni desechas, mírame con ojos de piedad y alcánzame de tu Hijo perdón de mis pecados para que con devoto afecto celebre tu Santa e Inmaculada Concepción, en tu milagrosa imagen de Lourdes y reciba después el galardón de la bienaventuranza del mismo de quien eres Madre. Amén.”

SANTUARIO

La advocación de la Virgen María como Nuestra Señora de Lourdes ha sido motivo de gran veneración, y su santuario es uno de los más visitados del mundo: unos 8 000 000 de personas peregrinan allí cada año. El Santuario de Lourdes es el segundo destino de peregrinación católica después del Vaticano. La obra se llevó a cabo entre los años 1862 y 1871 por el arquitecto Hippolyte Durand. El recinto tiene un área de 52 hectáreas y está compuesto por hasta 22 lugares de culto, entre los que se encuentran la Basílica de la Inmaculada Concepción, la Basílica de Nuestra Señora del Rosario, La Basílica de San Pío X, un Vía Crucis hasta lo alto de la roca de Massabieille y la Gruta de las Apariciones entre otros.

Texto y Fotos: Juan Carlos Pasalodos Pérez

Bibliografía:

Enrique Lasserre – Nuestra Señora de Lourdes, (1879)

Jean-Baptiste Estrade – Las Apariciones de Lourdes, recuerdos íntimos de un testigo. (1899)

 

Webs Consultadas:

 

https://www.lourdes-france.org/es/apariciones

 

http://www.abc.es/sociedad/abci-iglesia-anuncia-milagro-numero-70-virgen-lourdes-201802121352_noticia.html

 

https://es.wikipedia.org/wiki/Nuestra_Se%C3%B1ora_de_Lourdes

 

http://www.reinadelcielo.org/la-salette-francia-1846/