LA CALLE DE LA CABEZA, MADRID…
Existe en Madrid una calle cuyo nombre encierra una macabra leyenda. La Calle de la Cabeza se sitúa en el corazón del barrio de Lavapiés y avanza desde la Calle del Ave María hasta la Calle Jesús y María. El macabro suceso que la dio nombre es el siguiente:
En el Siglo XVI, vivía en dicha calle un acaudalado sacerdote, poseedor de una gran fortuna así como de gran cantidad de joyas y objetos valiosos que guardaba en su vivienda. Su vida era tranquila y poco sociable y la única compañía que tenía, era la de un antiguo criado que colmaba todas sus necesidades. El sirviente, llevaba a cabo sus tareas resignado, sin poder evitar la envidia que le producía ver la gran cantidad de riquezas que su amo almacenaba en casa, sin darlas la menor utilidad.
Aquella envidia fue creciendo día a día, alimentada por la codicia de hacerse poseedor de tan cuantiosa fortuna, hasta llegar a trazar un plan para asesinar a su amo y arrebatarle tan suculento botín. La casa donde vivían estaba apartada, lo que le permitía total discreción para llevar a cabo su plan y una noche, mientras su amo dormía, lo degolló de un tajo y, tras apoderarse de todo cuanto podía transportar, huyó rápidamente del lugar. Al día siguiente abandonó la ciudad y se fue a vivir a Portugal. Se instaló en una localidad donde nadie le conocía y allí vivió de forma opulenta, disfrutando ostentosamente de todo lo que había robado.
El crimen no fue descubierto hasta tiempo después, cuando el sacristán de la vecina parroquia de San Sebastián fue a llevarle al clérigo el recado de unas capellanías. Al llegar se encontró la puerta medio abierta y se enteró por los vecinos de la desaparición del cura y su criado, e intuyendo alguna desgracia, dio parte a la justicia. Cuando llegaron los alguaciles, entraron en el edificio y hallaron al dueño de la casa con la cabeza separada de su cuerpo. El crimen quedó impune y acabó por olvidarse el suceso.
Varios años después, el fugitivo tuvo la necesidad de regresar a Madrid para resolver unos asuntos y, libre ya de antiguos temores, pensando en que todo aquello estaría olvidado y que difícilmente alguien lo reconocería, realizó el viaje, eso sí, convertido en un respetable caballero.
En uno de sus paseos por la villa, al pasar por el mercado, se le antojó comprar una cabeza de carnero de las que se ofrecían en uno de los puestos. Era ese uno de sus platos de preferencia en sus antiguos tiempos de criado y no pudo resistirse a probar de nuevo aquel manjar. Llevaba el hombre la cabeza en un capacho oculto bajo su capa, sin advertir el rastro de sangre que iba dejando tras de sí. Casualmente, un alguacil que caminaba detrás de él, extrañado ante el reguero de sangre que iba dejando a su paso, se acercó para preguntarle que portaba bajo la capa que chorreaba de tal manera, a lo que respondió molesto por la intromisión del alguacil; «¿Qué he de llevar pues? la cabeza de un carnero que acabo de comprar» El hombre abrió su capa y sacó el capacho para mostrar el contenido al alguacil, pero cual no fue su sorpresa, al comprobar que la cabeza de carnero se había transformado en la cabeza del sacerdote al que asesinara años atrás, cuyos ojos lo miraban fijamente de forma acusadora.
Horrorizado ante aquella imagen, el asesino confesó allí mismo el crimen, siendo posteriormente juzgado y condenado a muerte. El reo fue ajusticiado en una horca situada en la plaza mayor de la ciudad y cuenta la leyenda, que de camino hacia la horca, se portaba delante de él la cabeza de su antiguo amo sobre una batea de plata, y en el momento en el que el asesino fue ejecutado, esta se transformó nuevamente en la cabeza del carnero. El cuerpo del malogrado criado fue enterrado en San Miguel de Octoes.
En memoria de este hecho, el rey Felipe II mandó esculpir en piedra la cabeza del clérigo, para que fuese colocada en la fachada del inmueble donde se cometió el crimen. Aquel edificio se conoció como «La Casa de la Cabeza»que más adelante dio nombre a la calle.
En la esquina de la calle con la Plaza de Antón, existe un mosaico de azulejos que, además de mostrar el nombre de la calle, la leyenda queda representada con el dibujo de una daga, la cabeza de un carnero y la cabeza del sacerdote sobre la batea de plata.
Como dato curioso, decir que en el número 16 de la misma calle, estuvo situada desde finales del Siglo XVIII una de las cárceles del Tribunal del Santo Oficio. Un edificio no menos siniestro, ya que sirvió de ultima morada de desgraciados reos, además de los abominables sucesos que tenían lugar en su interior.
Tras la abolición del Santo Oficio en 1820, un gran número de presos siguió cumpliendo condena en su interior, entre ellos Matías Vinuesa, antiguo cura de Tamajón, quien fue encerrado acusado de haber participado en una conjura contrarrevolucionaria. El 4 de mayo de 1821, una turba de ciudadanos exaltados irrumpió en la cárcel para linchar al preso y supuesto traidor a las libertades, acabando con su vida. Leyenda o parte real de una historia, lo que queda claro es que parece esta calle es un lugar a evitar por los representantes de la fe católica.
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CategoríaRelatos de lo Insólito